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“No te olvides de nosotros”: Pablo

Por Guido Astolfi

 

“Bola de ojetes, me dejaron plantado. O quizá ya se murieron y ni al funeral me invitaron. Ojetes.” refunfuña Pablo mientras consume la cuarta caguama de la noche.

Sentado en el bar, revisa con insistencia el celular. Los aceitunados y profundos ojos de Pablo contrasta con el plata de su cabello y bien recortadita barba. Juega cada que puede con los cargados anillos de sus manos con nerviosismo, mientras estira la entrepierna de su pantalón de mezclilla. Su camisa rosa con cuadrícula gris está visiblemente mojada de las axilas. Come cacahuates y deja ver varios dientes de plata en una risa alterada.

“Es que ¿sabes?, ellos no son así. No me citan si no van a venir, me avisan. Me mandan mensaje al face o al whaps pero no me han mandado nada. Y es que esto de esperar me pone muy nervioso por que me da miedo que les haya pasado algo. Es que Chava ya no ve muy bien de noche y a Jorja le gusta mucho discutir sobre todo cuando vienen manejando. Están bien pendejas mis amigas, pero esto de no saber nada te deja a tí pues desconcertada, alterada. Ya estoy ruca, parezco a mi mamá que de todo armaba un pancho bien grande.”

El nerviosismo se asienta cuando comienza a mover con insistencia la pierna izquierda. “Es que a tí no te tocó, pero, ¿por qué crees que estamos aquí solas? ¿Por qué no hay lugares como éste por la ciudad? ¿Por qué crees que somos tan separados de la sociedad los viejos como yo? Porque gran parte de mi generación murió por el VIH, por el SIDA. Por que jamás nos pusieron atención, ni el gobierno, ni la gente, ni nosotras mismas. Creímos que solo era cosas de jotos y de nadie más, que todo se iba a pasar, como una gripa. Nunca pensamos ni vimos qué clase de epidemia era por que la única información que teníamos era la que salía en la televisión y pues esa estaba… Pues ya sabes, cortada por el machismo y el miedo a que todos los jotos nos reveláramos, a que se supiera quién era joto y quién no. Nos tenían y nos siguen teniendo miedo.”

 

Cuarta marcha, 1981. Foto: El Universal

“¿Quien se iba a enfrentar al sistema? Nadie tenía los huevos. Todavía me acuerdo cuando una mujer, ¡una mujer! mucho más bragada, con muchos pantalones salió con Jacobo Zabludovsky diciendo que era lesbiana y que todos debíamos unirnos por que nos estaban echando de los trabajos. Mis amigos de ese entonces ya estábamos medio informados que pasaba con el VIH porque unos amigos de San Francisco nos empezaron a decir que nos cuidáramos. No queríamos ni besarnos en público pero tampoco queríamos dejar de coger en lo privado. La verdad es que bien a bien, no sabíamos qué hacer.  Entiende, estábamos sometidos en que éramos personas malas porque nos gustaban los hombres, y luego que ya nos estábamos liberando nos salian con que teníamos que dejar de coger, pues a muchos no les gustó. Luego las campañas de la televisión y del gobierno pues tampoco ayudaban mucho, nos hacía ver como si todos estuviéramos infectados, podridos o yo no sé cómo. La gente nos veía más feo que nunca cuando estábamos en Zona Rosa o cuando veían a dos juntos.”

“Hubo una vez que se me ocurrió darle un beso a mi pareja en el vagón del metro. La verdad ni se lo dí en la boca, en la mejilla. Pues una señora, que se levanta y con su bolsa nos empezó a pegar, que por nuestra culpa ella y todos lo del vagón se iban a infectar de SIDA, que ella no se quería morir así. Unos señores también se levantaron y nos bajaron del vagón.  Como pudimos, nos salimos del metro y mejor nos fuimos caminando a nuestra casa. Lloramos un chingo ese día porque pues te esperas el rechazo, pero nunca a ese nivel. La verdad es que no les deseo eso a nadie, ni que nadie lo vuelva a vivir. Nadie debería morir a causa del VIH.”

 

Segunda marcha por el orgullo homosexual, 1979. Foto: Archivo Altarte A. C.

 

“No te imaginas cuánta y cuánta gente ví morir. Muchos amigos y hasta una pareja. Los primeros tenían gripas y después de las gripas se le complicaban, terminaban en el hospital, aislados y con alucinaciones; pocos sobrevivieron. Muy pocos. Pancho, mi pareja no aguantó. La verdad no supe ni cómo lo adquirió, creo que ni él mismo lo supo. Lo conocí cuando estábamos chavos, él era contador de la oficina de enfrente y yo era su competencia. Cómo no pude destruirlo, mejor me le uní. Desde que empezábamos a salir sabíamos que había algo muy fuerte entre nosotros, cómo cósmico. Pancho era único. Más o menos como al año de estar saliendo, se fue a mi departamento, le dijimos a la dueña que eramos primos, para que nos dejaran vivir juntos sin molestarnos (también para callar un poco los chismes). Llevábamos como medio año cuando le empezaron a salir manchas en la planta del pie, y pues con miedo y todo fuimos a ver al doctor. Le hicieron pruebas y pruebas, hasta que de plano le dijeron que ya estaba avanzado y que nada se podía  hacer. Era 1987 y apenas tenía dos años que el gobierno reconoció que existía el VIH en México, así que los tratamientos estaban en pañales. Hasta eso, Pancho aguantó mucho los tratamientos que eran bien agresivos. Perdió peso, pelo, perdió todo, hasta la batalla. Cuando murió, su familia no quiso ir ni a enterrarlo. Desde antes no quiso saber nada de él cuando se enteraron que tenía VIH. Su papá sólo me dijo ‘Pinche sidoso’ y me corrió.”

“La güera, la Jazmín, la Pepa, la Toña, la Javiera, la Moby Dick, la Divine, la Serrano, la Angela Carrasco, la Percudida, la Espantada, la Culebra, la Cobra, la Lila Deneken, la Negra, todas se me fueron, se me adelantaron. Imagínate el coraje que siento al ver a las que sobrevivieron les digan sidrales y sidosas a las que no aguantan, a las que no pueden pagar su tratamiento o no pueden asistir por miedo o por lo que ellas quieran. Me duele que entre nosotras nos peleemos y que esas peleas se las heredemos a ustedes, porque su generación, quesque mucho más ‘políticamente correcta’ pero de eso no tienen nada, son viles y vulgares niñas chiquitas peleando por saber quién es la más bonita, quién es la más artista del instagran, del feis o de esas madres. ¿Se han volteado a ver? son iguales a nosotros, sólo que nosotros la hacíamos menos de pedo porque queríamos algo que ustedes lo tienen al alcance de la mano: queríamos sobrevivir.”

“Mira hija, lo único que tienes por que preocuparte es por vivir. Vive y ama intensamente. Goza lo que hagas siempre. Pero también cuidate. Nadie tiene asegurado un mañana, sólo tenemos el hoy. Deja de ver la vida en esas madres de los celulares, mejor vívelo, siéntelo: que tus sentidos sean tu cámara, que sean ellos los testigos de lo que vives, y no tu celular. Goza lo que no has podido, por alguna cosa o por otra. Estás en la mejor etapa de tu vida.”

“Solo te pido por favor, no te olvides de nosotros. Nosotros les abrimos la puerta, de ustedes depende que lo que hicimos continúe o se vaya a la chingada. Detrás de ustedes hubo muchas muertes que son las que hoy les permite hacer lo que ustedes quieran, que vengan a estos lugares o que vayan a donde ustedes quieran. Hasta de cierta forma les ayudamos a lo de las bodas. Sólo dejen de pelear, todas somos diferentes y tenemos diferentes atributos, unas son más culonas y otras más chichonas por ejemplo. Y si se siguen peleando y buscando ser ‘la más bonita’, ‘la más activa’, ‘la menos jota’ jamás vamos a ganarle  batalla a esta puta enfermedad, que junto al machismo, esos sí son nuestros enemigos, no nosotras. Por ejemplo, sin las tras y las vestidas (sic) nosotros no tendríamos nada, estaríamos por siempre escondidas como la muñeca fea. Y estas viejas, como una que luchamos, que lucharemos hasta el fin de nuestros días para que ahora sí seamos una comunidad, una hermandad que no pelea, que se una por nuestros derechos”

Abruptamente, suena su celular. Lágrimas corren por sus mejillas mientras pide una dirección, la cual anota torpemente en una servilleta. Cuelga.

“Se murió la Luisa. Otra más que se va.”

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