TOP

Pequeña historia (?) o sueño (?) con fantasmas

Mi papá, cuando era niño, se enamoró de su vecinita. Cuando estaba muy, muy chico, y ambos vivían en una vecindad de las orillas de la céntrica Colonia Morelos de la Ciudad de México. Vio a una niña que era la niña peleonera y mandona del lugar y decidió que un día se casaría con ella. Le tomó años y un camino tortuoso pero por fin, pudo andar con ella terminando la carrera de ingeniería y hasta se acabaron casando. Esa niña, por supuesto, era mi mamá. 

Las dos familias se conocían desde siempre. Bueno, desde que llegaron a vivir ahí. Crecieron muy de ciudad, si, quizá con un pizco de religión, pero más que todo, realistamente. No es que ninguna de las familias no fuera supersticiosa o religiosa, pero como que el entorno, el vivir tan cerca de Tepito y la difícil situación económica o social los hacían más proclives a creer en el aquí y en el ahora. La impresión que tenía cuando hablaban de la vecindad en donde vivían era que mis abuelos maternos llegaron a vivir ahí finales de la década de los 20s y el lugar era bastante nuevo. Mis abuelos paternos llegaron a mediados de los 30s. 

Así que no recuerdo una sola historia de fantasmas en la familia, ni en la paterna ni en la materna. Si, quizá alguna de brujería, quizá alguna de conspiración. A mi abuelo paterno le dio por el tarot y la reencarnación para cuando yo estaba creciendo, así que también. Pero no, nadie habló de fantasmas. Sí, gente murió antes, gente murió ahí después. La vida como debe ser en los 24 cuartos de la vecindad. 

A mi abuelo paterno le iba bastante bien en su trabajo mientras mi papá, mi tío y mis tías crecían, de manera que podía darse el lujo de agarrarse uno de los cuartos “de luxe”, en el piso superior de la vecindad. Estos cuartos tenían -¡oh, elegancia!- un baño propio con ducha (los de abajo tenían tres baños compartidos), DOS habitaciones, un pasillo que podía usarse como patio de servicio y la cocina. Sólo cuatro cuartos en la vecindad eran así. Había solo uno de – digamos- “súper lujo” que contaba con cuatro habitaciones y era el de “los dueños” de la vecindad, pero lo normal era un cuarto con espacio para cocina, comedor y dormitorio, con baños compartidos. Mis abuelos maternos vivían en uno de estos, pero con el tiempo se fueron extendiendo a ocupar tres diferentes cuartos. 

Mis papás (ya casados) se mudaron de la vecindad por un apartamento más moderno en la Colonia Álamos a mediados de la década de los 70s. Allá nacería yo, y un par de años después, mi hermano. 

En ocasiones, en mi niñez, mis papás se iban de fiesta y me encargaban a mí con mis abuelos y a mi hermano con unos tíos. Si me quedaba con mis abuelos paternos me hacían dormirme con mi abuela, que ocupaba la habitación más alejada de la entrada de la vecindad. 

Ahí, en algún momento de 1983 o 1984 (he de haber tenido como seis o siete años), pasaría esta historia que me tocó ver de primera mano. 

Esa noche me dormí en la parte opuesta a la pared. La cama estaba recargada contra el muro y de ese lado se acostó mi abuela. En algún momento en la noche sentí algo raro en la habitación, como un resplandor. Abriéndolos poco a poco los ojos vi dos figuras. Era una pareja, un hombre y una mujer. Ambos eran jóvenes, calculo entre 20 y 25 años. El hombre vestía un frac negro muy pegado al cuerpo y tenía el cabello negro, rizado y engominado, con un bigote muy pequeño. La mujer era morena, con un vestido entre color crema y amarillo, escotado de arriba y muy pegado y con una falda larga y con muchos pliegues. Y bailaban en todo el cuarto. Atravesaban las cosas, la mesa, entraban y salían del armario, rozaban la cómoda y se movían con soltura. Detrás de ellos, desde mi perspectiva, había un espejo de gran tamaño pero nunca los vi reflejarse ahí. Este espectáculo me pareció muy curioso pero ni siquiera pensé en la palabra “fantasma”. Para mí era como un raro programa televisivo espontáneo en tercera dimensión. 

Poco a poco fui sentándome en la cama, sin despejar el ojo a los bailarines. Por fin, puse los pies en el piso y fue como si la imagen se desenfocara. Como si se detuviera y se pixeleara, como empezando a perder definición. En unos minutos se había convertido en una neblina rosácea brillante y sin forma que ocupaba el centro de la habitación. 

Me levanté con cuidado de la cama y caminé al pasillo, entrando en la cocina. Tenía sed, así que recuerdo haberme abierto un refresco y regresar a la cama. Cuando volví a entrar a la habitación la neblina brillante estaba acumulada en el techo, como un montón de humo atrapado. Aún no sabiendo qué pensar de lo que estaba viendo me senté en la cama y le di un trago a mi bebida. Miré hacia el techo y de repente la neblina se desplomó sobre la habitación. Respingué, quizá he de haber pensado que iba a hacer ruido, pero al ver al piso lo encontré igual que antes, sin neblina, oscuro. Pero frente a mí había un par de pies que no conocía. Era un hombre, vestido con un traje extrañamente asimétrico y mal cortado. Era de tez clara y muchas marcas en la cara. Llevaba el cabello a rape alrededor de las orejas y unos anteojos de armazón gruesa que cubrían unos ojos pequeños pero ardientes. Se notaba que estaba furioso. Me miraba exasperado. Y entonces algo me dijo o quizá parecía hablarme, pero se notaba que estaba tanto furioso como muerto de miedo. A mí me pareció oir algo pero no sabía si era de él. No lo oía desde donde estaba él sino como por debajo de la cama. Palabras y sílabas inconexas. 

No recuerdo qué pasó. De hecho desperté en esa misma posición, con los pies en el piso y medio cuerpo apenas en la cama. 

Por muchos años pensé que esto que había visto era un sueño o alguna alucinación. No ayudaba que, hasta la fecha, no recuerde como terminó esa escena. Tenía un aura onírica tremenda. Además ¿Cómo podían ser fantasmas? Si la vecindad se inauguró en los 20s y tenía a catrines como de mitad del Siglo XIX bailando ahí. Eso no corresponde con nada real. No, seguramente era un sueño. 

La vecindad fue demolida a inicios de 1986, al quedar dañada irreparablemente durante el sismo de 1985. Se construyó una unidad habitacional nueva. Y yo hubiera dejado el tema por la paz y recordado mi historia de “fantasmas” como una curiosidad hasta hace poco que me puse a ver el crecimiento de las colonias de la Ciudad de México. 

Resultó que la Colonia Morelos empezó a desarrollarse en 1884. Tras de arañarle poquito, resultó que la vecindad de mis abuelos fue construida e inaugurada en 1896… 1896. ¿De cuándo era la ropa de los bailarines de mi “sueño”? Según los catálogos, de la década de 1890. Oh-oh. 

Lo poco que hallé del lugar es que los dueños del lugar ocuparon la parte superior frontal de lugar y que le dieron a sus hijos varios de los cuartos superiores, rentando y vendiendo los más sencillos. Y que para inaugurar el lugar hicieron un baile en toda la parte superior en 1896. Lo cual correspondía bastante con lo que vi. 

En los años subsiguientes casi todos los hijos de los dueños morirían -así como los dueños- y sólo la hija mayor, sola, se quedó con el cuarto de “súper lujo”. Ella tenía una muchacha que le cocinaba y le hacía el quehacer. Esta hija mayor murió en la segunda mitad de la década de los 20s y la “muchacha” logró reclamar la casa para ella, así como la administración de la vecindad, y empezó a rentar los cuartos superiores por una suma superior. 

El tipo de anteojos y corte de cabello de la tercera figura –según chequé- eran populares a mediados de los años 30s. Por mucho tiempo supuse que no tenía sentido porque ahí ya vivirían mis abuelos, pero entonces mi mamá me contó que si bien mis abuelos llegaron a la vecindad en 1937, se habrán mudado al lugar que yo conocí en 1941, cuando fue abandonado. Un par de ocupantes antes, había vivido ahí un abogado que murió en el lugar, alrededor de 1935. Y de nuevo, corresponde a lo que vi. 

Ni siquiera quiero decir que vi fantasmas. Ninguno de mis abuelos o mis tías habló jamás de fantasmas. Por otro lado, mis propios recuerdos tienen esta calidad onírica, sin razón, fluida, que aunque puede tener contactos con lo real, igual pudo ser parte de algo que escuché. Pero entonces, ¿cómo pude ver algo de 1896 si para entonces pensaba que el lugar no podía ser tan viejo? 

Sueño, alucinación o fantasmas, lo cierto es que pude ver que ambos escenarios pudieron pasar. Lo demás, no lo sé, pero es una bonita historia. 

 

Texto por Melissa Valles Pérez.

Deja un comentario

Pin It on Pinterest