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Relatos eróticos gay Thomas aeropuerto

El primer beso

Texto por Rodrigo Caso del Gallego y fotografía de Georgexmx, modelo Mr. Plein.

Hacía apenas cuatro meses que Thomas Meyer dejó su Berlín natal, para instalarse en la ciudad de Cancún. Llevaba ya tres años solicitándole a Renate Krüger -Directora de Operaciones para el área del Caribe- una oportunidad para coordinar el departamento de tráfico de la compañía en ese destino turístico. Con el paso del tiempo, se había resignado a soltar el sueño de vivir su aventura mexicana, pero un giro inesperado de la vida le cambió su suerte. Renate lo llamó un lluvioso día de septiembre para comunicarle que el coordinador en Cancún había tenido un grave accidente de automóvil y necesitaba que alguien lo sustituyera temporalmente. A la brevedad posible. Thomas ocultó a duras penas su alegría y dijo con semblante grave que estaba dispuesto a asumir esa responsabilidad de inmediato. Llevaba ya cinco años tomando clases de español y empapándose de la cultura y la historia de ese país -para él misterioso y fascinante- así que aceptó sin rechistar el ofrecimiento, empacó sus maletas y pasados dos días, tomó el vuelo charter de la compañía con destino a Cancún. Se instaló en un cómodo apartamento de una zona céntrica en la SM 15 y se incorporó sin dificultades a su nuevo trabajo. 

La terminal 1 del aeropuerto de Cancún era un hervidero interminable de personas que llegaban de todas partes del mundo a ese paraíso del Caribe Mexicano, para disfrutar sus vacaciones navideñas. Cada día, Thomas organizaba con su personal las llegadas y salidas de los pasajeros, programaba los traslados y acudía personalmente a supervisar el desempeño de sus colaboradores en el aeropuerto. Se consideraba un hombre extremadamente capaz y responsable, y quería hacer méritos suficientes para quedarse con el puesto de manera definitiva. 

A Thomas le gustaba la adrenalina y el movimiento frenético que se vivía en el aeropuerto. En cambio, llevaba mal los tiempos muertos, esos que se sucedían intermitentemente, a la espera de la llegada de otro vuelo. Solía caminar y estirar sus alargadas y atléticas piernas -era un corredor habitual- y recorrer los luminosos pasillos contemplando desde su gran estatura, el río humano que inundaba las instalaciones de la terminal aérea. 

Disfrutaba especialmente observar a las tripulaciones, los guardias de seguridad y, sobre todo, a los agentes de la guardia nacional. Desde muy joven se había sentido atraído por los hombres rudos y, por alguna razón, le excitaban especialmente los hombres que portaban uniformes, insignias, galones, chalecos antibalas, gorras y botas militares. A sus ojos, los dotaba de un halo tremendamente poderoso y masculino que le generaba un morbo infinito. Y si encima de todo eran hetero, un delirio. No había nada en el mundo que le provocara más placer que seducir o convencer a un macho alfa.

Desde hacía dos semanas, un joven y atlético guardia nacional de esbelto cuerpo y marcados glúteos, acaparaba por completo su atención. Tenía los pómulos altivos, el pelo negro carbón, una mandíbula afilada y unos ojos rasgados que lo miraban todo con una intensidad y un brillo de otro mundo. Su nariz, ligeramente aguileña, le imprimía a su rostro un aire que le evocaba imágenes de los magníficos guerreros aztecas. Nunca un hombre lo había atraído tanto. Le costaba un enorme esfuerzo ocultar su creciente obsesión e intentaba fingir con torpe disimulo el interés que le despertaba cada vez que coincidían en los pasillos del aeropuerto. Por las noches, al volver del trabajo, Thomas se desnudaba, se tendía sudoroso en la cama y se entregaba a las más variadas fantasías, en las que su príncipe azteca era el único protagonista. 

Para su sorpresa, de alguna manera, con el paso del tiempo, se dio cuenta que al agente le hacía cierta gracia. Le empezó a saludar con una ligera sonrisa torcida y le pareció percibir cierta picardía e interés en la mirada. ¿Se habría dado cuenta de la manera en que lo observaba? Más adelante, el policía abandonó las formas y comenzó a tratarlo con una familiaridad que lo tomó por sorpresa. Le llamaba güero, algo que Thomas en realidad no entendía.

-Buenas, güero, cómo va la chamba- le preguntaba cuando se topaban casualmente entre la gente. Le lanzaba una sonrisa y se alejaba con aire marcial, mientras sus musculosos y prominentes glúteos amenazaban con reventar la tela de los pantalones reglamentarios de color azul marino. Thomas contenía a duras penas la tensión que amenazaba con evidenciar su creciente deseo y le respondía con un ” todo bien, oficial” y continuaba su camino. El policía lo ponía en verdad nervioso y le parecía que éste ya lo había notado. Thomas luchaba con todas sus fuerzas por no cruzar una línea roja. Estaba en horas de trabajo, rodeado por sus colaboradores. El hombre que le quitaba el sueño era un servidor público y él un trabajador extranjero, que no quería problemas con las autoridades mexicanas.

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Foto: Georgexmx, modelo Mr. Plein.

Los días pasaron y la familiaridad se fue acrecentando. En cierta ocasión, cuando Thomas se dirigía al baño después de haber despedido a sus últimos pasajeros, el policía lo siguió y en un arrebato irresistible, se instaló a su lado en el mingitorio contiguo. Se bajó la cremallera y fingió orinar mientras lanzaba hambrientas miradas furtivas a través del panel que los separaba, en un afán por captar una fugaz visión desnudez del alemán. Thomas alzó la cabeza y sus pupilas dilatadas chocaron por un instante, provocándoles un escalofrío de placer y desconcierto. Thomas giró ligeramente su cuerpo hacia el agente, le lanzó un guiño de complicidad, guardó su miembro en la oscura tela de sus calzones, deslizó la cremallera hacia arriba, y abandonó el baño sin volver la vista atrás. El agente permaneció en el baño un par de minutos más, intentando controlar los temblores y el vértigo que sacudía su cuerpo. Se mojó la cara con agua fría, respiró hondo y salió del baño con paso vacilante.

Por la tarde, Thomas regresó a la oficina a terminar algunos pendientes. Pensaba irse pronto a casa. Necesitaba volver a su cama y entregarse a sus fantasías. Estaba en llamas. Despachó con rapidez y eficiencia los últimos correos, cerró la oficina y ya estaba enfilándose en la Van de la empresa a su departamento, cuando recordó que no quedaba comida en el refrigerador. Tomó la avenida Nichupté y se dirigió al McDonalds más próximo, en la esquina con la avenida Kabah. Entró en el estacionamiento y condujo la Van lentamente hasta la cola del Automac. Había un par de coches esperando turno. Vaya fastidio. Se arrellanó en el asiento, resignado, y paseó distraídamente la mirada por la ventanilla. De pronto, el corazón empezó a latirle con fuerza. Una inconfundible silueta descendió de una patrulla, se despidió del conductor, se quitó la gorra azul de gabardina, se alisó los negros y cortos cabellos, y entró con paso firme por la puerta principal del McDonalds. 

Sin dudarlo un momento, Thomas dio marcha atrás, estacionó la Van y siguió los pasos del guardia nacional. Al entrar en el restaurante, recorrió el establecimiento con mirada panorámica, y, al no encontrarlo, se dirigió a los sanitarios. Abrió la puerta y lo encontró en el lavabo, enjuagándose las manos. Los ojos se encontraron a través del reflejo del espejo y el tiempo corrió en cámara lenta. El policía se giró lentamente.

-¿Me estás siguiendo, güero?- le preguntó con voz ronca, mientras se secaba las manos. Sin responderle, Thomas acortó la distancia que separaba sus cuerpos. Lo empujó suavemente contra la pared con ambas manos y aspiró embriagado el aroma que despedía la oscura tela azul de su uniforme. Olía a sudor, a testosterona, a sexo, a hombre. Poco a poco, con una lentitud exasperante, los cuerpos se fueron acercando hasta  que sus vientres se rozaron e incendiaron, estremeciéndose de placer anticipado. El policía dejó escapar un sordo gemido mientras aferraba con sus anchas y fuertes manos los tonificados brazos del germano. ¡Cómo latían los corazones de ambos hombres! La adrenalina galopaba por sus venas desatadas. Los ojos, vidriosos y semicerrados, se llenaron del color de la lujuria. Ahí, uno frente al otro, con el rostro descompuesto por el deseo reprimido durante tanto tiempo, olfatearon los presagios de una pasión que cabalgaba ya sin freno. Los labios se abrieron para fundirse en un beso furioso y salvaje mientras las gargantas emitían gemidos y jadeos entrecortados. Sus lenguas se transformaron en dos serpientes de seda y fuego que se unían y separaban en una danza marcada por el ritmo de una pasión descontrolada.

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Foto: Georgexmx, modelo Mr. Plein.

Tan ensimismados estaban el uno con el otro, que no se percataron que alguien abría la puerta del baño. El instinto del policía se disparó en el último instante, giró hacia el espejo y distinguió una silueta que avanzaba hacia ellos. Con gesto violento apartó al alemán y salió a paso rápido del baño, mientras Thomas se refugiaba detrás de la puerta del WC, con el corazón en la boca, esperando que el maldito saboteador se fuera para poder alcanzar al mexicano. 

Cuando pudo abandonar por fin el restaurante, vio al policía abordar un taxi a unos cien metros de distancia. El vehículo se transformó en un punto blanco que se perdió en la noche. Desalentado, Thomas condujo la Van a su casa y se tendió vestido sobre la cama. Todo había sucedido tan rápido, que le costaba procesarlo. Finalmente, el cansancio y la frustración lo vencieron y se entregó a un sueño denso y lleno de sobresaltos.

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