Imágenes queer de Latinoamérica: Un mundo en (re)construcción
Texto por Francisco Marín
“Lo que no te mata te hace más fuerte.”
Marina Vidal. Una mujer fantástica
Más allá del lenguaje y la geografía, los países latinoamericanos comparten cultura, historia, identidad e imaginarios. Nuestras sociedades, si bien con riquezas propias y regionales, han construido modos de vida y formas de mirar y entender el cuerpo que transitan libremente las fronteras.
A lo largo de la historia muchos han sido los pensadores que se atreven a proponer planes para la unión latinoamericana. Con mayor o menor éxito han puesto su nombre en la historia, pero sus ideales no lograron su objetivo final: concretar un proyecto de unificación de Latinoamérica. Sin embargo, hay dos constantes que se mantienen firmes a lo largo del territorio: el machismo y su imperante representación en el cine.
El macho se ha instaurado en la región como masculinidad hegemónica invalidando así al resto de las formas posibles de ser hombre y limitando a su voluntad la forma en que debe ser concebida la mujer. Se trata de un panorama en el que la diversidad escasea y es malmirada. Aquellos que osen salir de la norma son relegados a la clandestinidad y castigados por profanar el status quo.
Con el pasar de los años, los paradigmas se han ido reformulando y nuevos esquemas y formas de mirar se han convertido en una realidad, pero la homofobia, el machismo y la discriminación están lejos de ser eliminados. Basta con mirar el reporte de la Asociación Internacional de Gays y Lesbianas (ILGA) de 2019 para darse cuenta de esto, ya que solamente cuatro países latinoamericanos han aprobado el matrimonio igualitario (serían seis, pero México y Ecuador no cuentan con una ley federal que lo avale en todo su territorio) y en nueve países (todos pertenecientes a la región del Caribe) la homosexualidad aún es criminalizada.
Es a través del cine y sus representaciones que podemos conocer al otro, entenderle e, incluso, empatizar con él. Es por ello que las imágenes cinematográficas son de vital importancia, pues construyen significados, formas de apropiación e identidad. Tener presencia de la comunidad LGBTQI+ en la pantalla grande nos da visibilidad como individuos y permite que nos encontremos en los fotogramas y que otros también hallen nuestra realidad.
El activista y antropólogo Luiz Mott afirmó que “hay que ser muy macho para ser gay en América Latina” y cuánta razón tiene. Al mirar el mundo que nos rodea, en donde la violencia todavía impera, sus palabras se llenan de sentido. Las imágenes de homosexualidad en el cine latino comenzaron dibujando al hombre homosexual como una caricatura en la cual su afeminamiento era lo que lo demeritaba como varón y le excluía de los privilegios que su género le otorga. Su presencia era secundaria y cuando se atrevía a robar un poco más de protagonismo su desenlace era trágico e inminente (y en muchas ocasiones lo sigue siendo).
Debido a la forma en que el cine y la historia regional de cada país se han desarrollado, los relatos con personajes de la comunidad LGBTQI+ como protagonistas han tenido una producción desigual y en muchos casos nula. Algunos notables filmes como El beso de la mujer araña (Héctor Babenco, 1985) o Conducta impropia (Néstor Almendros y Orlando Jiménez, 1984) fueron censurados en países que en ese entonces tenían regímenes dictatoriales como Cuba, Argentina y Chile. Esto da cuenta de las realidades sociales que limitaban los discursos en donde la presencia homosexual era prohibida y ni hablar del resto de las letras que conforman a nuestra comunidad.
Gracias a los avances sociales y a diversas formas de representación de las disidencias sexuales que han revolucionado el cine es que nuevas historias han logrado llegar a la pantalla. La década del 2010 tuvo notable presencia de imágenes queer latinoamericanas, mismas que dialogan entre ellas, pues comparten mundos y realidades. Este fenómeno ha permitido la reconstrucción de una identidad queer latina en donde se expresan formas de vida y problemas a los que nos enfrentamos día con día.
En México son dos los autores que destacan por su labor: Julián Hernández y Roberto Fiesco. Ambos han contribuido a crear una estética queer en sus filmes; sus relatos no son artificiales, la mirada que muestran es a donde nuestros sentidos nos dirigirían, nos muestran un mundo en el que es imposible sentirse ajeno. Lamentablemente, sus cintas son consumidos, casi en su totalidad, en circuitos de festivales o culturales, lo que limita su visionado.
Uno de los filmes más emblemáticos que México dio durante la década fue el documental Quebranto (Roberto Fiesco, 2013). Destaca la forma en que el director retrata con humanidad y franqueza la historia de Coral, una mujer trans que en su infancia fuera parte del cine mexicano y que ahora vive del recuerdo. El documental, que fue una de las cintas más vistas el año de su estreno en la Cineteca Nacional, pone sobre la mesa no solamente la discriminación que viven las personas trans, sino también aquel olvido que miembros de la comunidad viven al entrar en la vejez.
Con menor cantidad de filmes con protagonistas LGBTQI+, Venezuela y Paraguay dejan ver en sus propuestas las problemáticas propias de su sociedad, así como una compartida: la homofobia. Desde allá (Lorenzo Vigas, 2015) muestra la orfandad emocional y la discriminación a la diversidad a través de una historia sórdida de abuso, engaño y explotación. Por su parte Las Herederas (Marcelo Martinessi, 2018) nos presenta a una pareja mayor de dos mujeres cuya relación se ha desgastado con el paso del tiempo; Martinessi muestra las problemáticas internas y externas de sus dos protagonistas en una sociedad conservadora, así como la intimidad que ambas comparten de manera fascinante.
Tras La virgen de los sicarios (Barbet Schroeder, 2000), basada en la novela homónima de Fernando Vallejo, en la que se podemos observar momentos de la vida de un escritor homosexual en una Colombia violenta regida por carteles de la droga, han sido pocas las historias de diversidad sexual que ha realizado dicho país. Una de las propuestas que salta inmediatamente a la mente es el cortometraje Soy tan feliz (Vladimir Durán, 2011), una coproducción de Colombia y Argentina, en la que se nos muestran fragmentos de una tarde entre hermanos, donde se exploran los deseos homoeróticos, las pulsiones y curiosidades de los protagonistas en tres espacios diferentes.
Brasil cuenta con una rica diversidad de historias, dentro de las cuales destacan No quiero volver solito (Daniel Ribeiro, 2014) y Sócrates (Alexandre Morattto, 2018). La primera, basada en el cortometraje homónimo del director, es un coming of age sencillo, pero emotivo en el que un joven ciego se enfrenta a la búsqueda de su identidad sexual y a la sobreprotección familiar. Si la primera propuesta es dulce, la segunda encuentra su mayor acierto en la crudeza que muestra al relatar una vida de violencia de un adolescente que vive en una de las zonas marginales de su ciudad donde enfrenta el rechazo por parte de su padre y de la sociedad por ser homosexual.
Chile sacudió al mundo cuando la cinta Una mujer fantástica (Sebastián Lelio, 2017) se hizo acreedora al óscar por mejor película extranjera, y es que se dice fácil, pero la historia de Marina, una mujer transgénero interpretada por Daniela Vega, supuso un escaparate gigantesco para la identidad trans a nivel mundial y el reconocimiento obtenido valida, simbólicamente, una presencia a la que constantemente se le voltea la mirada.
Finalmente, Argentina tiene un caso similar al de México, en el que una voz autoral ha destacado en su filmografía. Marco Berger se caracteriza por hacer un cine homoerótico, un cine de miradas en el que las palabras se consumen antes de decirse. Las historias que relata son guiadas por el deseo y las imágenes que muestra le hacen justicia a su discurso. Dentro de su notable filmografía destacan Taekwondo (Marco Berger, 2016) y Un rubio (Marco Berger, 2019) mismas que, como gran parte de sus filmes, tuercen el concepto de masculinidad en pro de satisfacer a sus protagonistas o de hacerles encontrar un rumbo a sus viajes.
Se han mencionado solamente algunos filmes representativos de esta última década que dan cuenta de las preocupaciones y realidades que se muestran sobre la comunidad LGBTQI+ en Latinoamérica. De igual forma, existen producciones en otros países latinos que han ido, poco a poco, saliendo del armario, como Ecuador, mismas que aún tienen un visionado limitado.
Las imágenes queer latinas han construido un imaginario en constante mutación y construcción en el que todas las representaciones tienen cabida. Se trata de relatos que transgreden la heteronorma y se expanden más allá de una concepción binaria de la sexualidad. Es un cine de inequidades y dolor, pero también de amor y libertad. El panorama que miramos es alentador, pues estos filmes nos muestran que tenemos el derecho a ser representados y a contar nuestras historias, y que otros mundos, nuestros mundos, son posibles.
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