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La diversidad no se “cura”, se defiende

Texto por Rodrigo Banda

El gran logro que significa la despatologización de la homosexualidad es un cambio que ha permitido incidir sobre la violencia y acoso hacia las sexualidades e identidades disidentes. Porque, como lo hemos apuntado en textos anteriores, la patologización de las sexualidades y el ejercicio de las identidades diversas ha  pasado a ser condenada desde lo religioso, lo ético y lo legal, por eso la importancia de tener el respaldo científico en esta transición cultural.  

Las terapias de conversión se han tenido que nombrar para poder ser condenadas.

Y aunque cada vez hay más discursos y acciones que desplazan y condenan estos estos esfuerzos por corregir o curar, se siguen reforzando estas prácticas que atentan contra la dignidad y vidas de las personas LGBTQIA+. Recordemos con esto, que se ha tenido la creencia que las sexualidades que no entran dentro de lo normativo, se pueden modificar. 

Las terapias de conversión se han tenido que nombrar para poder ser condenadas. Esto nos hace entrever que siempre han existido y eran percibidas con mucha “normalidad”. Fue durante mucho tiempo que mediante tratos crueles se ha violentando y oprimido  la integridad de las personas LGBTQIA+ pero no existía un concepto ni teórico o jurídico hasta ahora: Esfuerzos para Corregir la Orientación Sexual y la Identidad de Género (ECOSIG)

Las juventudes LGBTQIA+ son tres veces más propensos a reportar altos niveles de depresión y casi tres veces más propensos a cometer suicidio (UNODC).

Mediante métodos de privación ilegal de la libertad, hasta curas religiosos haciendo terapias grupales o “exorcismos”; médicos recomendando la ingesta excesiva de fármacos, ansiolíticos o antidepresivos, hasta métodos quirúrgicos como el retiro del clitoris o el removimiento de los testículos, sin olvidar electrochoques en genitales, e incluso, violaciones correctivas que se llegan a dar aún dentro de los mismos entornos de las personas, las terapias de corrección o curas de la homosexualidad eran el cotidiano de enfrentar las sexualidades y/o identidades diversas dentro de los círculos nucleares.

La “ciencia del castigo” sigue existiendo dentro de las familias y las dinámicas y actitudes de rechazo hacia el interior, siendo sus principales víctimas  jóvenes descubriendo sus sexualidad o identidades, generando un daño irreparable a su salud mental exponiéndolos a un mayor riesgo de sufrir enfermedades mentales y a conductas contribuyen a la depresión, riesgos de salud sexual, abuso de sustancias y el suicidio. Las juventudes LGBTQIA+ son tres veces más propensos a reportar altos niveles de depresión y casi tres veces más propensos a cometer suicidio (UNODC).

DE LAS TERAPIAS DE CONVERSIÓN A LAS ACCIONES QUE LAS CRIMINALIZAN

Foto: Aarón Álvarez

En 2022 se cumplen dos años de que las terapias de conversión fueron prohibidas en CDMX. Los llamados también “Esfuerzo para Corregir/suprimir/reprimir la Orientación Sexual o Identidad/expresión de Género” (ECOSIG) que buscan reprimir la sexualidad han sido ya prohibidos a nivel mundial por ser violatorios de los derechos humanos.

Países como Ecuador, Brasil Canadá y Australia; y ciudades de EUA como California, Colorado, Connecticut, Delaware, Hawaii, Illinois, Maine, Maryland, Massachusetts, Nevada, New Hampshire, New Jersey, New Mexico, New York, Oregon, Rhode Island, Vermont, Washington, Utah y Virginia, han prohibido ya estás prácticas, así como países del continente europeo como Francia, Alemania y Malta.

En nuestro país, la asociación Yaaj México de la mano con diversos aliados clave como la Fundación Alemana Heinrich Böll Stiftung México y el Caribe; las Embajadas de otros países en México como la de Estados Unidos, Canadá, Bélgica, el Reino de los Países Bajos, Australia y la Delegación General de Quebec en México, logró incidir en el Senado de la República y en el Congreso de la Ciudad de México, para que se presentaran propuestas de ley para prohibir y sancionar los ECOSIG. 

Hagamos conciencia y dejémoslo claro: estos esfuerzo de corrección son tortura, y no siempre son visibles; actúan de manera casi cotidiana y silenciosa.

Para poder entender este gran avance en nuestro país es importante reconocer que este esfuerzo ha sido construido a lo largo de más de 10 años, impulsado en un momento crítico para evitar los ECOSIG durante la contingencia de la COVID-19 en los que las personas LGBTIQA+  se vieron mucho más violentadas y vulneradas en sus entornos propios hogares. 

Hagamos conciencia y dejémoslo claro: estos esfuerzo de corrección son tortura, y no siempre son visibles; actúan de manera casi cotidiana y silenciosa. Pongamos como ejemplo la cátedras en las iglesias que castigan y condenan las relaciones sexuales y afectivas disidentes y sus prácticas, que posteriormente se ven replicados en los entornos familiares. Esto se puede reproducir en castigos escolares o domésticos como manazos por amaneramientos en los hombres en una edad temprana, recriminación de la expresión de género no correspondiente a su sexo asignado al nacer en hombres y mujeres, o incluso, ser castigado por hacer lo contrario a lo “que se espera” en relación con su sexo asignado al nacer. 

Parece que no, pero los movimientos conservadores siguen impulsando estas prácticas diariamente, como si fuera algo necesario. En este punto, es necesario que exista un trabajo coordinado y articulado entre gobierno, sociedad civil y la academia para seguir constuyendo los conceptos jurídicos para investigar y castigar estas prácticas, y a la sociedad en su totalidad nos toca seguir generando un diálogo para avanzar y evidenciar estos actos, que son los que realmente se deberían de corregir. Porque como bien lo dice la consigna: No hay nada que curar. 

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