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HATE SPEECH

Retos y reflexiones en torno al combate a los discursos de odio

Texto por Roberto Zedillo Ortega

En nuestro país, existe una preocupación cada vez mayor ante la alta prevalencia de prejuicios contra las personas LGBTI. Según datos del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED), un tercio del país ni siquiera estaría dispuesto a rentar una habitación en su vivienda a personas trans, gay o lesbianas. Eso con frecuencia da paso a la normalización o profundización de prácticas discriminatorias en ámbitos como los hogares, las escuelas, las calles y los empleos.

Por ello, un reto fundamental es combatir los estigmas en torno a la diversidad sexual y de género. De manera cotidiana, diversas organizaciones denuncian la propagación de narrativas excluyentes y “discursos de odio”, que se diseminan con agilidad sobre todo en medios electrónicos. Ello se suma a la tendencia cada vez más visible de “cancelar” a personas o marcas que reproducen estereotipos negativos. 

¿Qué retos supone el combate a los “discursos de odio”? ¿Qué vías son más efectivas para promover ideas con perspectiva de igualdad? ¿Qué estrategias contribuyen a la lucha contra la discriminación? ¿Cómo ponerlas en práctica en redes sociales? Las reflexiones que resumo a continuación sobre estos temas provienen de un diálogo que, gracias a una generosa invitación de la organización Yaaj México, sostuve el pasado 25 de abril con el Grupo de Apoyo de Jóvenes LGBT —un espacio donde personas entre 18 y 29 años generan redes e intercambian información y herramientas. 

En particular, destacan los siguientes cinco retos:

1.- Aunque muchas personas, organizaciones e instituciones hablamos de “discursos de odio”, no siempre nos referimos a lo mismo. Mientras que algunas piensan en la reproducción de prejuicios, otras tienen en mente los llamados a la discriminación o la incitación o apología de la violencia. No existe, a nivel internacional, un consenso sobre qué es “discurso de odio”. Eso dificulta que compartamos un mismo diagnóstico sobre el problema (y por ende que nos pongamos de acuerdo en las soluciones).

2.- Es muy relevante la definición que ofrezcamos sobre “discurso de odio”. Si las leyes, protocolos o políticas de un país (o región, o empresa) incorporan un concepto demasiado amplio o ambiguo, ello puede abrir la puerta a la discrecionalidad o incluso a la censura de voces críticas o disidentes.

3.- Muchos organismos globales o regionales (como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos) establecen estándares muy altos sobre los casos en que se puede sancionar o restringir la libertad de expresión. En general, centran su mirada en las incitaciones a la discriminación y/o a la violencia, ponderando siempre si éstas tienen el potencial real de desencadenar un riesgo contra alguna población. Eso significa que otros tipos de expresiones (prejuiciosas, chocantes, inquietantes, incluso ofensivas) no pueden prohibirse como tal, sino que deben combatirse por otras vías. 

4.- Lo anterior da pie a que exista una gran diversidad de posibles soluciones contra los “discursos de odio”. Hay quien propone castigar las expresiones discriminatorias con cárcel; otras personas apuestan por multas, sanciones administrativas, cursos de sensibilización, políticas educativas para la igualdad, o el impulso de narrativas incluyentes por parte del Estado y de los medios de comunicación. Ahí también entra la famosa “cultura de la cancelación”, que puede tomar varias formas: bombardear con mensajes de condena a quien dice/ hace algo excluyente, dejarla de seguir o de consumir, exigir que pierda acceso a espacios o empleos, incluso dirigirle amenazas o agresiones.

5.- El último reto es justamente identificar por qué soluciones queremos apostar. ¿Cuáles ayudan a erradicar prejuicios? ¿Cuáles aportan para cambiar mentalidades, establecer discusiones productivas o desmentir mitos? ¿Cuáles ponen a la gente a la defensiva o reproducen dinámicas excluyentes? Todas estas preguntas deben ayudar a definir las estrategias que decidamos adoptar.

Además de lo anterior, creo prudente anotar cinco reflexiones adicionales sobre cuestiones más prácticas surgidas de la discusión en el Grupo de Apoyo. Una vez que se apuesta por afrontar los “discursos de odio”, vale la pena considerar lo siguiente:

  • Para combatir un “discurso de odio”, es útil orientar nuestros esfuerzos hacia desmontar las narrativas o expresiones excluyentes y no necesariamente hacia antagonizar a quienes las emiten o (en el caso de las redes sociales) hacia acumular likes o followers.
  • No es siempre adecuado tener el mismo estándar para cualquier persona que emita un “discurso de odio”; por ejemplo, el estándar debe ser más alto para el funcionariado público que para la gente común y corriente.
  • No siempre es oportuno ser protagonista de una discusión; a veces lo mejor que se puede hacer para combatir el “discurso de odio” es amplificar las voces de otras personas.
  • Una estrategia útil es buscar partir de la empatía y no de la agresión, incluso si a veces el tema nos resulta personal o muy cercano.
  • Finalmente, es importante elegir nuestras batallas. Para entablar una discusión productiva que realmente pueda contribuir a desmontar estereotipos, hace falta distinguir si las otras personas tienen apertura a dialogar o si, por el contrario, es mejor no dar más “publicidad” a ciertos discursos. También es importante procurar la propia salud mental.

Como resulta claro, la discusión sobre estos temas dista de estar acabada; sin embargo, para generar un ambiente real de inclusión, es un tema que amerita cada vez mayor discusión y acción pública.

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