TOP

De sombras y colores

Texto por Carlos Rivera Gonzaga

Fotografía por Adriano Ferreira

 

Lo conocí en la noche del 31 de agosto. Me encontraba fumando un cigarrillo en una de las bancas en el malecón de Miraflores, sufriendo por las cosas que uno sufre cuando tiene 27. Mientras la colilla del cigarro se volvía un escombro bajo mi pisar, escuché un susurro en mi oído izquierdo diciendo que me quede. Al inicio no le presté atención, pero mientras guardaba en mi maletín mi libreta de notas que había llevado conmigo esa noche, el susurro se intensificó, “Quédate, quédate, quédate”. La brisa se tornó densa y helada, de pronto sentí un aliento sobre mi rostro, como si alguien estuviese respirando en mis narices, pero por alguna razón, no era miedo lo que me embargaba esa noche.

—¿Quién eres? —pregunté al aire.

—¿Quién eres tú? —susurró una voz grave en mi oído izquierdo.

—Me llamo Nicolás, pero todos me dicen Nico—respondí mirando alrededor—¿Por qué no te puedo ver? ­

—Porque no se puede ver el claro en el cielo de verano o la penumbra en la noche más oscura—esta vez el susurro se había acomodado detrás de mi cuello.

—¿Dé dónde vienes?

—Muy cerca de aquí ¿Y tú?

—También de por aquí ¿Eres un fantasma?

—Si así lo deseas, eso puedo ser.

Pude sentir como atravesó mi espalda traspasando mi torso. El susurro entonces se convirtió, bajo el farol de luz amarilla, en una sombra, la sombra de un hombre sin duda alguna. Estaba tan definida que pude percatarme de sus manos grandes, su cabellera larga y su espalda ancha, era un hombre mayor, al menos mayor que yo.

—¿Eres real? —pregunté mientras colocaba mi mano bajo la luz del farol.

—Lo fui alguna vez—respondió, evitando que la sombra de mis dedos lo roce.

—¿Qué quieres? ¿Por qué estás aquí?

—Necesito pedirte un favor

—¿Qué exactamente necesitas de mí? —respondí dubitativo.

—Mañana cuando nos volvamos a encontrar, ¿podrías mostrarme colores?

—¿Colores?, ¿a qué te refieres? —respondí extrañado.

—Colores, sí. No es tarea difícil lo que pido, ¿cierto?

—Está bien—respondí parándome de la banca­—Ahora respóndeme tú lo siguiente, ¿por qué habría de cumplir con tu deseo?

—De hecho, Nicolás, no es un favor lo te que pido. Es una oportunidad.

—¿Una oportunidad? ­—pregunté extrañado, sin recibir respuesta alguna. El susurró desapareció y el aire recuperó su tibieza de nuevo. Saqué mi libreta del maletín y anoté: “Comprar colores-31/08”.

La noche siguiente llevé conmigo un juego de acuarelas. Mientras lo esperaba, me arrodillé en la acera al lado de la luz amarilla de ese viejo farol y empecé a pintarla. Para cuando llegó la media noche, el pavimento estaba lleno de trazos azules, rojos, amarillos, verdes, morados y celestes, pero no había señal de su sombra. De pronto el aire se tornó frío, miré de inmediato hacia la luz amarilla esperando ver su silueta, pero esta jamás apareció. Me levanté y empecé a recolectar todo lo que había utilizado, tengo que admitir que un sentimiento de nostalgia se apoderó de mí. Decidí caminar por todo el malecón, empecé a cuestionar mi raciocinio, “Estoy jodidamente loco”, pensé. Saqué las acuarelas de mi maletín, y cuando estaba a punto de arrojarlas en un tacho de basura, su susurro se asomó a mi oído izquierdo, “Gracias Nico, por favor vuelve mañana”. Me quedé congelado por unos segundos, quise preguntarle por qué no había aparecido, pero no lo hice, solo guardé las acuarelas y me fui a casa pensando en qué dibujaría mañana.

Las noches siguientes fueron exactamente iguales, después de culminar con mis esbozos, él susurraba en mí oído, “Gracias Nico, por favor vuelve mañana”. Volví ocho veces más, para la décima noche me prometí a mí mismo que no era suficiente escuchar sus susurros, yo quería verlo, asegurarme de que no estaba perdiendo totalmente la cabeza, que no me había vuelto en el desquiciado que deliraba sobre un fantasma que le hablaba de sombras y colores.

Cuando terminé de colorear el pavimento, me senté en la banca a esperarlo, me sentía solo, necesitaba verlo, quería hablarle, decirle que no lo había dejado de pensar desde el día que lo conocí. Me hallé en aquella banca, bajo esa luz amarilla y con el suelo adornado de cientos de colores cuando una melancolía inmensa se apoderó de mí, empecé a llorar como un infante, tal vez resignado a no verlo nunca más.

—Estoy listo para que me rompas el corazón—susurró su sombra que de pronto se había posado al frente mío.

—¿Cómo podría si no tienes uno? – me arrepentí de inmediato de haber dicho eso—¿Por qué ya no te volví a ver?

—Ha llegado la hora de irme, de ser un recuerdo o tal vez un olvido Nico.

—¿Por qué? ¿No quieres ver más colores? —respondí agitado—Mira todo lo que dibujé por ti.

—Nunca hubo colores para mí, Nico.

—¿A qué te refieres? Me pediste colores y así lo hice. No entiendo, ¿qué pasa?

—No hubo colores porque solo puedo sentir, y ya no quiero sentir Nico, ya no quiero sentirte más.

—¡¿Nunca viste lo que dibujé?!– Le recriminé sintiéndome burlado—¡¿Por qué me hiciste venir tantas noches?!

—Porque así quiero recordarte para siempre, pintando la noche de colores, haciendo lo que más te gusta.

—¿Lo que más me gusta? —respondí algo desconfiado—¿Cómo sabes que es lo que más me gusta?

—Porque te conozco Nicolás, más de lo que tú imaginas.

—¿Quién eres? ¿Quién mierda eres? —respondí atemorizado mientras me volví a sentar en la banca—¿Por qué me quieres recordar así?

—Porque el recuerdo de tu rostro pálido en mis brazos me sigue revolviendo el estómago—respondió sollozando.

—¿De qué hablas? —respondí aturdido.

—Mira la libreta Nico—respondió la sombra señalando el maletín.

Abrí mi maletín, saqué mi libreta y ahí estaba lo que hace diez días había anotado, pero apareció un detalle más: “Comprar colores para Nico-31/08”.Mira de quién es la libreta. Lee en voz alta la dedicatoria”, me indicó con su voz entrecortada. Me dirigí a la primera página de la libreta, era mi letra, esa dedicatoria la había escrito yo.

Dante,

Amor mío, que estás páginas en blanco te sirvan de inspiración para salir de las sombras que a veces nos cubren por completo. Y ojalá encuentres confort en saber que yo no he hallado hasta ahora mayor iluminación que tu susurro cálido en mi oído cada vez que despertamos juntos por la mañana. Tu voz es mi arcoíris.

Con amor,

Nico.

 

Cerré la libreta y de pronto la sombra perdió su oscuridad y se transformó en un cuerpo. Era Dante, con su metro ochenta y dos, estaba parado frente a mí. Llevaba suelta su cabellera blanquinegra que delataba sus 45 años. Siempre me fascinaron sus canas. Volví a sentir sus manos grandes y tibias rozando las mías, y cuando rodeé mis brazos sobre su espalda ancha, me sentí vivo de nuevo. Nos miramos a los ojos, sequé sus lágrimas y bajo la luz amarilla de aquel viejo farol, mi sombra desapareció.

***

El 31 de agosto del presente año, el pintor Nicolás Riviera (27) sufrió un ataque al corazón en su casa en el malecón de Miraflores. Su pareja, el también pintor Dante Gonzáles, lo encontró desvanecido en la sala de su hogar cuando regresaba de comprar un juego de acuarelas que este le había encargado. Nicolás Riviera estuvo en cuidados intensivos por un poco más de una semana, falleciendo el 10 de septiembre alrededor de la medianoche.

Dante Gonzáles presentará una obra inédita en honor a Nicolás Riviera que será la principal atracción de su exposición: “De Sombras y Colores”.

Diario La República,

12 de septiembre de 1990.

 

 

 

Fin.

Deja un comentario

Pin It on Pinterest