Las marikas no salimos del clóset porque no tenemos una habitación propia
Texto por Mikaelah Drullard
¿Las marikas que llevamos a cuesta una feminidad disruptiva en cuerpos nombrados de varones, podemos estar en algún momento en un clóset?
Este 11 de octubre se celebra el Coming Out Day, cuya celebración inició en 1988 en conmemoración de la marcha nacional por los derechos de gays y lesbianas en Washington D.C. Estados Unidos. El 11 de octubre recobra este sentido derivado de que ese día se realizó una protesta en dicha ciudad, para exigir igualdad de derechos para las personas gays y lesbianas, en un contexto de régimen heterosexual, el cual aún sigue vigente. Si bien es cierto que este evento se suscribe en una serie de sucesos políticos, sociales y culturales de exigencia y resignificación de las fronteras tradicionales de la sexualidad y la identidad sexogenérica de las personas heterodisidentes, específicamente traduciéndose en una de las múltiples continuidades de eventos tan trascendentales como son los disturbios de Stonewall de 1969; protesta que descoloca y se convierte en un hito poniendo al regimen heteronormativo de la sociedad estadounidense de su a momento, en jaque. A pesar de reconocer la importancia de estos sucesos como movimientos de resistencia contraheterosexual, debo de confesar que no me siento representada en ellos. Me parecen experiencias blancas, ajenas y nortecentradas.
¿Esas marikas afrocaribeñas y afrodominicanas, a quienes nos decían en las calles mientras caminábamos – “a ti lo que gustan son los bugarrones” – tuvimos acaso la oportunidad de estar en el clóset?
Ante lo cual me gustaría preguntarme ¿las marikas negras periferizadas, partidas, llamadas “mujercitas” en los barrios debido a que hemos sido delatadas por las plumas que encarnamos, hemos estado en algún momento ocultas del régimen heterocis? ¿Esas marikas afrocaribeñas y afrodominicanas, a quienes nos decían en las calles mientras caminábamos – “a ti lo que gustan son los bugarrones” – tuvimos acaso la oportunidad de estar en el clóset? La única respuesta que tengo es que conozco la violencia desde que recuerdo, la violencia física del alambre de mi padre que me pegaba por “maricón” y no me sacaba ni a la esquina por vergüenza, y la violencia de la calle, de esas vecinas que cuchicheaban y decían: “pobre Juanita, ese niño le salió dañao”. Primero fui nombrada enferma, dañada, defectuosa e inviable que oculta, por lo que nunca habité el clóset. Y me pregunto: ¿será que esa narrativa es propia de los blancos?, ya que son los blancos quienes ocupan la casona en la plantación, quienes como Virginia Wolf tienen habitaciones propias – y son quienes tienen habilitadas la funcionalidad de ocultamiento en el clóset derivado de su privilegio de propiedad y las esclavizadas marikas-afro-negras y prietas habitantes de las cabañas, al no tener cuartos propios, estamos siempre expuestas y por ende nunca hemos salido del clóset, porque simplemente nunca lo tuvimos.
Con mi experiencia no es mi intención negar otras, seguramente habrán marikas de estas coordenadas que ante la brutalidad de la violencia racista y heterocis, tuvieron que aprender a ocultarse muy bien dentro de las paredes de sus propios cuartos compartidos.
Pero en mi experiencia, este 11 de octubre, día en que se celebra la salida del clóset de las personas no heterosexuales, no puedo dejar de pensar que nunca he estado en el clóset. Incluso en esos momentos de niñez y adolescencia, en los cuales negaba toda asociación con la homosexualidad, evité toda conversación sobre identidad y me ahogaba en la soledad y el trabajo de escuela como estrategia de distracción, buscando sobresalir y quedar en el cuadro de honor, para que mi familia y la gente del barrio solo viera en mí buenas calificaciones y mi padre sintiera orgullo, y dejaran así de pensar un rato en las plumas que tanto me pesaban. Esto me motiva a preguntarme: ¿las marikas que llevamos a cuesta una feminidad disruptiva en cuerpos nombrados de varones, podemos estar en algún momento en un clóset? A mí nadie me preguntaba por la novia, porque mi mariconería era un secreto a voces que todo el mundo en mi familia evita mencionar.
[…]porque las carnes negras, los cuerpos negros, las plumas pesadas de las marikas de los barrios afrocaribeñas, no se pueden ocultar, siempre se encuentran a la intemperie […]
Con esta reflexión no quiero decir que habitar el clóset -dígase, el encierro- es un privilegio a secas, lo que me interesa comunicar, es que nunca entendí esta frase desde el Caribe, República Dominicana. Este lenguaje en inglés que habla de sujetos gays, queers, clóset etc. lo conocí desde el exilio. Las palabras que me decían eran maricón, mujercita, afeminada, amanerado, enferma… y eran descripciones sobre mi cuerpo, eran condenas contra mis movimientos, eran violencias contra mi vida, que siendo realista, nunca pude negar del todo, porque me atravesaban la carne y hablando a través de esa disidencia. Yo la disidencia la viví siendo un niño maricón, siempre me dijeron maricón, me expulsaban de una escuela y me inscribían en otra, porque desde que llegaba al nuevo salón, sufría la arbitraria lectura corporal del régimen heterosexual y me nombraban: maricón.
Lo cierto es que mi cuerpo siempre ha sido una protesta social, una desobediencia total, una contradicción descarada, mi existencia marika en un barrio negro de Republica Dominicana, profundamente masculinista y homo-lesbo-bi-transfóbico, nunca se pudo ocultar, porque las carnes negras, los cuerpos negros, las plumas pesadas de las marikas de los barrios afrocaribeñas, no se pueden ocultar, siempre se encuentran a la intemperie, porque una sabía quienes éramos las “desviadas” sin decir nada y mientras negábamos cualquier acusación. Me pregunto ¿hay clósets en los barrios “periféricos” del caribe? ¿el régimen heterosexual binario inhabilita en las casas de zinc de las personas negras de barrios los armarios? Escribiendo esto, me llegó a la mente que construir armarios en las habitaciones para acomodar las cosas fue un logro para mamá, en los barrios no usan clósets, se usan cestos de ropa y cada quien tiene el suyo. Esto me lleva a preguntarme que quizás no habité el armario porque no podía esconderme en un cesto de ropa, era imposible pasar desaparecida allí.
No todas las poblaciones LGBTIQ+ son heterodisientes, no todas las marikas son gays y homosexuales, no todas las mujeres trans negras salimos de clósets, muchas simplemente enfrentamos los embates que ya venían develados en nuestras carnes prietas, las plumas son visibles, y al vivir en un contexto donde domina la colonialidad estética del ver, donde la mirada occidental y blanca, dicta qué tan humano, hombre y masculino eres, qué tan buena mujer y ciudadana eres, muchas de nosotras nos encontramos sin la opción del escondite, simplemente estamos desnudas con nuestras pesadas plumas frente al mundo binario y heterocolonial que nos juzga, criminalizando nuestras vidas y experiencias.
[…]cuando te nombras como una mujer trans -desde mi experiencia- no es salir de un lugar, es devenir en una carne otra, en una experiencia otra, en una subjetividad otra, con un nombre otro, con una ubicación otra en el mundo[…]
Este 11 de octubre, me gustaría también preguntarme ¿las mujeres trans salimos del clóset? Yo personalmente creo que no. No creo en eso de que cuando te nombras mujer trans es una clase de segunda salida del clóset, creo que simplemente nacemos otra vez, y eso no es lo mismo que salir de un clóset. Primero; porque no todas las mujeres trans somos iguales ni venimos de las mismas experiencias, no todas tenemos ese clóset propio, no soy una mujer trans blanca de Dinamarca, soy una mujer trans dominicana afrocaribeña. Y segundo; porque cuando te nombras como una mujer trans -desde mi experiencia- no es salir de un lugar, es devenir en una carne otra, en una experiencia otra, en una subjetividad otra, con un nombre otro, con una ubicación otra en el mundo, y lograr esa construcción con todos los mandatos heterosexuales, biologicistas y binarios que construyen el mundo, es una labor tenaz, que en mi opinión, no se define con un salir de un lugar. Transitar, entendiendo lo transitivo como un movimiento radical que desafía y transforma la carne y el cuerpo en una cosa otra, no es un cruzar las puertas de un clóset, es un acto transgresor que pesa todos los días, con el repudio no solo del mundo abiertamente transfóbico sino también de aquellos que se nombran comunidad.
Este 11 de octubre que se celebra el Día de la Salida del Clóset, quiero aprovechar para reafirmar que todas las personas tienen sus propios tiempos de salir y moverse donde quieran, nombrar sin considerarle es un acto siempre de violencia ontológica. Siempre nombrarse una misma es un ejercicio político que hay que encarnar desde la autonomía plena y no dogmática de esta sociedad heterosexual. Pero también quiero aprovechar para invitar a pensar en otras formas de nombrarnos fuera de las nomenclaturas gringas y eurocentristas, tengamos nuestros propios días de auto-llamarnos mariconas, jotas, enfermas, bolleras, tortilleras sin acudir a las palabras de los blancos. También no quiero terminar sin antes recordar, que los encierros no solo tienen que ver con la sexualidad, también con las identidades de género, afro, indias, vih positivas, discas. Los encierros y las violencias son amplias y profundamente dolorosas, muchas no solo estamos atravesadas por las fronteras la sexualidad y el género, muchas con dolor aprendimos a vernos negras, enfermas e in-sanas. Hoy hay que celebrar estas existencias disidentes que con sus vidas resisten y viven.
Mikaelah Drullard: mujer trans, no – humana, negra, mestiza y fronteriza, habitante del tercer mundo. Marika travesti, Migrante y fugada del Estado ocupacionista dominicano y del sistema sexo-género, antirracista afrodescendiente y parte de las colectiva AFROntera Cimarrona y del proyecto de-formativo DécimaOla, voguera en House of Magdalena y House of Pank. Creadora del Podcast antirracista Café Marika. Estudió Relaciones Internacionales, tiene estudios en género, sexualidad, diseño y formulación de proyectos y trabaja en temas de libertad de expresión y personas defensoras con diversas organizaciones de la sociedad civil en México y en Centroamérica.
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