Lo conocí en una aplicación de citas. Nos caímos bien, empezamos a vernos diario, dormía en mi casa, conocí a su familia, fajamos, cogimos y me pidió que fuera su novio. Nunca hubo nadie como él en mi vida. Terminamos hace seis meses y aún lo quiero más que a cualquier otra persona. 

Entonces, ¿por qué terminamos?

Imagina que la persona que te hace reír es también la que más te hace llorar. Lo ayudas a salir adelante y te agradece, pero al primer tropiezo, te reprocha. Todos los errores, todo lo que falla a su alrededor, es tu culpa. Eres tú quien no le permite ser feliz. Eres tú quien lo obligó a dejar de sextear. Tú lo separaste de sus amigos. Tú hiciste que le fuera mal en el trabajo. Intentaste irte, pero dijo que se iba a matar. Te bloqueó y apagó el teléfono, y a las pocas horas te marcó llorando. Sus problemas en la niñez salieron a flote. Poco a poco, te diste cuenta de que él no estaba bien. Intentaste ayudarlo más. Tomó terapia. Intentó controlar sus desplantes, pero no lo logró del todo. Continuaron los gritos en la calle, las explosiones en la madrugada. Te culpó por su dolor de espalda y después te agradeció por comprar compresas de agua caliente. Por ti intentó dejar de drogarse diario y por eso le arruinaste la existencia cotidiana. Por dejar de lado el sexteo, el cruising y a quienes le hablaban por su físico, fue infeliz. Por ti.

Y un día te das cuenta de que lo amas. Nadie más tiene su sonrisa. Nadie más besa así. Nadie más te espera en la noche. Nadie más te abraza y te pide que nunca te vayas. Pero también nadie más te hace temblar con sus gritos. Ahora tienes tics, intestino irritable y estrés constante. 

No fue su culpa, te dices. No fue su culpa: fue mía.

Sí. Yo permití que todo ocurriera y yo lo terminé. Ahora nadie me abraza por la noche ni me sonríe por la mañana. Nadie me pregunta cómo llegué al trabajo ni me cuida en la calle. 

Te amo. Pero si por amarte tenía que sufrir, estás muy equivocado.

– Alan, 25. 

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