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En el reino de Grindr

Fotografía por Jordi Ciurana

Un hombre relativamente joven y de poblada barba castaña advierte en su perfil de Grindr que no lo contacten hombres maduros, porque no hace actos de caridad.

Y yo me pregunto: ¿No bastaba con estipular el rango de edad de los hombres con los que desea interactuar?

¿Por qué ese afán de humillar gratuitamente a toda la población de hombres “maduros” que visita esa aplicación? ¡Vaya comentario innecesario y despectivo!

¿Acaso él no tiene fecha de caducidad? ¿Se creerá eternamente joven y deseable? ¿ Qué pasará cuando -por ley de vida- también se le expire el contrato de la eterna juventud y se le caigan las carnes, aquí y allá? ¿Mendigará en las redes un “blow job” por caridad?

Confieso con estupor que nunca había leído algo tan absurdo y vejatorio. ¿Acaso los hombres y mujeres maduros no tenemos – a sus ojos- derecho a una vida sexual plena?

Según el decálogo de este personaje barbado ¿hasta qué edad podemos vivir nuestra sexualidad sin tener que recurrir a la “caridad pública”?

Cada día me sorprendo más ante la cantidad de hombres que visitan esa aplicación y que piensan que la juventud es no sólo una virtud, sino la ÚNICA virtud y moneda de cambio necesaria para relacionarse con el otro.

Como si aquello los eximiera de tener cualquier otro atributo y, en especial, de ser persona. Sorprende la manera en que se aproximan al otro, como un producto a escoger entre las opciones que le brinda este “catálogo de carne humana fresca”.

Pero bueno, retomando el hilo conductor, el hombre de la barba castaña también me hizo tomar conciencia de cuán agradecido tendría que estar yo, ya que a lo largo de los últimos años de mi etapa “madura” , he sido bendecido – sin saberlo- con genuinos y maravillosos gestos de “caridad” por parte de hermosos seres humanos.

¡Muchas gracias, queridas almas “compasivas”, por haber compartido bellísimos y entrañables momentos a mi lado! ¡Ustedes hacen que uno mantenga la fe en la “bondad de los desconocidos”, como diría la mítica Blanche, viajando a bordo de este “tranvía llamado deseo”.

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