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relato gay tapatíos

Porque soy tapatío

Texto por Héctor Vigón, fotografía por Nelo.

Oaxaca, México

 

“¡Ah, es que eres de Guadalajara… por eso!”

Orgullosamente tapatío, originario de la tierra donde los hombres guapos nos damos… pero entre nosotros. Una noche, que decidió ahogarse en mezcal, yo caminé zangoloteándome más de lo normal por el andador principal del centro de Oaxaca.  A lo lejos una chica de cabello negro largo junto a un chavo tez morena que brillaba bajo la luna. Los vi, esperando que definitivamente uno de ellos se fuera conmigo a la cama. Ambos me sonrieron invitándome a acercarme; yo, a su vez, giré mis cabellos imaginando rozar el cuello de la dupla. 

—Hello, ¿de dónde eres?, Where are you from?— preguntaron mientras fijaban su vista en el color de mis ojos. 

—Adivinen—, respondí en un tono engañoso que no les permitía ahondar en mis raíces ni ancestros. 

—¿Argentina?¿Canadá?… Nombraron distintas naciones hasta que la salsa de torta ahogada que recorre mis venas salió a levantar su bandera de hijo pródigo. 

—Guadalajara, Jalisco— respondí con mi mano derecha doblado al hombro del chico y mi mano izquierda tocando mi vello pectoral que se asomaba por la camisa-

—¡Ah, con razón, pensamos que eras extranjero… nos vemos!— siguieron su camino dejando atrás mis planes casi perfectos de una noche sabatina. 

Seguí mi ruta mientras mis embriagadas neuronas reflexionaban sobre lo sucedido. En pleno momento de conciencia etílica un par de barbones tomados de la mano caminaban alegres hacia un claro objetivo. Yo, sin dudar, me interpuse ante ellos para entregarles una solicitud de acompañamiento. Con una mirada coqueta e insinuativa ambos asintieron tomándome de mis manos. Caminamos dos cuadras y el destino se iluminaba con una diversidad de colores que me hizo comprender a dónde habíamos llegado. Pagué en pesos lo que sonrientes me pidieron en dólares. Entrando se escuchó el ritmo solemne que me puso a gritar los éxitos de Gloria Trevi. Mis nuevos amigos, que ahora estaban más avergonzados que prendidos de traerme, me dijeron al oído: “Eres una inventada… pues, ¿de dónde eres?”

Yo, con mis múltiples orgullos como insignias de guerra, les dije: “Guadalajara”. Su respuesta: “Ah con razón”. No quise entender y caminé hacia la barra a pedir tres cervezas. Ahí, un manojo de vello en los brazos tomó mi mano al momento de querer pagar. 

—Yo te invito, güerito. Al fin que hoy te quedas conmigo a dormir- Sonreí y acepté, sabiendo que esta noche no quería entrelazar mis piernas en una cama con él. Bailé sensualmente alrededor de sus muslos abiertos sentados en un banco al borde de la barra; sentí cómo caía un billete de 20 y me agaché justo frente a él. Al incorporarme me tomó la cintura y me besó diciéndome, entre susurros, que lo estaba calentando y lo mejor era irnos a su hotel. Yo ya me había tomado la primera chela y le respondí con una negativa que fue lo suficientemente clara para que se levantara incómodo y molesto recriminándome que todos los de Guadalajara éramos iguales. 

Bebí el resto de la chela y me fui a dormir solito. Al día siguiente mi vuelo de regreso a casa me esperaba. En el avión un chico con lentes oscuros y boca seca como la mía se sentó a mi lado. Volamos juntos y platicamos sobre nuestro viaje a Oaxaca. Él concretó todo lo que yo, inconcluso, había dejado apenas 15 horas antes. Me dijo que lo mejor es nunca decir de dónde vienes ni a dónde vas. El orgullo tapatío, me dijo, no se lleva en lo que dices. Al cuestionarme de dónde era, solo le besé apasionadamente a miles de pies de altura.

 


Este relato forma parte de la selección de textos de la convocatoria Microcuentos Orgullo Lector de México Lector y The New Gay Times durante el Mes del Orgullo 2020 sobre las distintas realidades de las personas LGBTQI+, partiendo desde cómo los lugares nos han dado forma e identidad, qué tanto han cambiado las ciudades y como son aquellos espacios que llamamos hogar.

Las historias le dan sentido a nuestras vidas, nos dicen de dónde venimos y hacia dónde vamos, nos conectan para reconocernos y ser reconocidos. Como escritores y lectores, tenemos que empezar a trabajar para mostrar esta diversidad de historias y realidades de personas, solo así dejaremos de alimentar estereotipos generalmente limitantes, inexactos y discriminatorios que refuerzan las desigualdades.

 

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