Los favores eróticos del Santo Patrón de Bohemia
Texto por Rodrigo Caso del Gallego,fotografía por George X
Cae la tarde sobre Praga. Emilio deambula sin rumbo fijo por las callejuelas de Malá Strana -la Ciudad Pequeña- para desembocar en el Puente Carlos. Las tenues luces del sol de septiembre se posan suavemente sobre las siluetas de las estatuas que se alinean cual soldados a ambos lados de la amplia calzada. Un viento frío agita la superficie del río Moldava y dibuja temblorosas dunas en el agua.
El sol se hunde lentamente detrás de las iglesias y palacios, deslavando a su paso los colores. A Emilio, estas imágenes le evocan las obras del pintor impresionista checo Tavik Frantisek Simon.
Transportado en el tiempo, cruza con paso lento el puente y se detiene frente a la estatua de bronce de San Juan Nepomuceno.
Siguiendo la tradición, coloca su mano izquierda sobre la base, cierra con suavidad los ojos y pide con genuina convicción e intensidad un deseo.
Mientras las sombras se apoderan de la ciudad, Emilio se adentra en la Ciudad Vieja – Staré Mesto- y enfila sus pasos con el corazón acelerado al Café Internet, que se encuentra a una cuadra de la Plaza de Wenceslao. En el corto trayecto que los separa, repasa emocionado su primer día en esta ciudad mágica y misteriosa donde nació Franz Kafka y donde también vivió su admirado Kundera.
Emilio tiene apenas dieciocho años, recién terminó la preparatoria y se siente el chico más afortunado del planeta. Gracias a su excelencia académica, sus padres lo premiaron con un fabuloso viaje de varias semanas recorriendo el Viejo Continente. ¿Acaso se puede pedir más?
Pocos minutos más tarde, Emilio entra en el pequeño café y espera a que le asignen una computadora. A su lado, dos atractivos jóvenes rubios lo miran con fingido disimulo y le sonríen con ese código de complicidad que caracteriza a la tribu de turistas que están de paso por tierras extrañas. Él les devuelve el gesto con cierta coquetería y se sienta ansioso frente a la pantalla.
Hace tiempo que espera noticias. De pronto, sus ojos, ligeramente rasgados, se abren como platos y no puede evitar lanzar una serie de estruendosos gritos de alegría que sobresaltan y sacuden a los cibernautas.
Eufórico, Emilio se disculpa con sus vecinos y, con el afán de justificar semejante escándalo, les comparte la buena nueva: ¡lo aceptaron en la universidad de sus sueños!
Los rubios, que hace ya unos años abandonaron las aulas universitarias, lo felicitan con cierta condescendencia y un creciente interés, animándolo a celebrarlo. Él acepta sin pensárselo dos veces.
Desde que salió de la Ciudad de México, se siente liberado. Atrás quedaron las exigencias académicas, la estricta moral de la sociedad mexicana, el miedo al qué dirán, el temor a ser asaltado o secuestrado. Con alivio, reconoce que se ha quitado un enorme peso de encima.
No tiene de momento obligaciones y se siente, por primera vez en mucho tiempo, insoportablemente liviano.
Los rubios -que son originarios de Auckland, Nueva Zelanda- lo invitan a tomar una cerveza en un concurrido bar cercano a la estación del metro Mustek, a unos pocos pasos del hotel donde coincidentalmente se hospedan, aunque de momento, eso aún no lo saben. Entre risas, música en vivo, tragos y sutiles miradas cargadas de deseo y picardía, los tres jóvenes intercambian historias y anécdotas divertidas y se interesan por sus respectivos países y tradiciones.
Liam y Mason, que así se llaman los chicos, le cuentan a Emilio que trabajan para la industria agropecuaria neozelandesa, exportando productos de granja. Recientemente, decidieron tomarse unas merecidas vacaciones para conocer Chequia y Bulgaria.
Liam, el más alto, posee una voz grave y un fornido cuerpo atlético. Es extrovertido, simpático y exuda dosis muy altas de testosterona, carisma y liderazgo. Emilio se siente inevitablemente atraído por su personalidad avasalladora y por los poderosos bíceps que tensan al límite la tela de su jersey verde musgo. Trata sin mucho éxito de disimular su más que evidente entusiasmo e intenta evaluar mentalmente qué tipo de relación mantiene Liam con el callado, aparentemente sumiso y bello Mason.
La noche avanza y, para ellos, la fiesta apenas empieza. Después de varias rondas de cervezas, pagan su consumo y, comandados por Liam, toman un taxi que los deposita a las puertas del Club Celnice. Es la Pink Star Party y la discoteca está a reventar. Liam, cual si fuera Cris Hemsworth en su papel de Thor, se abre paso entre una masa compacta de sudorosos cuerpos danzantes con su enorme y macizo corpachón, para conducirlos hasta la barra.
Después de ordenar unas cervezas, los empuja suavemente a la pista de baile para contorsionarse rítmicamente a ritmo de “Bad Romance”, de Lady Gaga.
Emilio no está consciente del interés que despierta a su alrededor. Mientras gira y baila ligeramente entonado en la pista de baile, ávidas miradas de deseo se posan sobre su delgado y bien formado cuerpo.
Su exultante juventud, una sedosa piel morena que brilla bajo los reflejos de las esferas de espejos que cuelgan del techo, su cabello oscuro y quebrado, y una sonrisa deslumbrante, resultan irresistibles para los hambrientos y enardecidos checos.
Uno a uno, varios hombres intentan abordarlo inútilmente. Liam y Mason cierran filas en torno al mexicano e impiden que nadie más se le acerque.
Sudorosos, se rozan con cada movimiento involuntario y se dejan llevar por los ritmos de la música pop hasta que los sorprende la madrugada y abandonan con pasos zigzagueantes el Celnice.
El frío les golpea de lleno en la cara e instintivamente se cubren por completo con sus chamarras. Caminan a paso rápido y paran un taxi. Cuando el conductor les pregunta a dónde van, los tres contestan al unísono: NYX hotel, Panska 9.
Después, se miran con asombro y estallan en carcajadas. Sin más, suben al taxi y tras un breve recorrido, se bajan y entran al hotel con los primeros rayos del alba.
Mientras cruzan en silencio el extravagante lobby decorado con pinturas y esculturas de arte contemporáneo, entre grandes formatos de leones y cebras, Emilio se siente confundido y frustrado. A lo largo de la noche, Liam y Mason lo han tratado en todo momento de manera amistosa y protectora, como un par de hermanos mayores que se adjudicaron la incómoda tarea de cuidar a un adolescente de los voraces lobos del antro.
Ninguno le ha mostrado un inequívoco interés sexual y a esas alturas, tampoco tiene claro el vínculo que une a esas dos enigmáticas y bellas criaturas de lejanas tierras maoríes.
Desalentado, está por despedirse de ellos a las puertas del elevador, cuando Liam lo mira directamente a los ojos y le dice sin rodeos:
– Come take a shower with us.
Las siguientes horas se transforman en una interminable sucesión de sensaciones y emociones que se triplican y multiplican : tres ávidas bocas, seis manos de seda, sesenta hambrientos dedos explorando dos pieles blancas y una morena, tres miembros en llamas, tres corazones palpitantes que laten desbocados bajo los chorros del agua.
Enroscados en un deseo infinito, se convierten en el húmedo abrazo de la diosa Kali, en la “Shakti” del dios masculino Shiva. Son América y Oceanía amándose apasionadamente en el lecho de la diosa Europa. Son los gemidos y los jadeos de la ninfa Eco, el peso y la levedad de Kundera, la música de Dvorak y Smetana, la explosión de las turbulentas aguas del Waikato y del río Bravo.
A las tres de la tarde, los jóvenes amantes abren simultáneamente los ojos.
Como si de trillizos se tratara, repiten simultáneamente frases y gestos. Al darse cuenta, lanzan al unísono un par de carcajadas. Liam y Mason deben partir rumbo a Bulgaria. A Emilio le quedan aún tres noches en Chequia.
Los jóvenes se despiden apesadumbrados, con la extraña sensación de que sus caminos nunca más volverán a cruzarse.
Después de un par de horas , Emilo sale de su habitación a dar un paseo en solitario y a buscar un lugar para comer. Muere de hambre.
Ubica en el mapa de la ciudad el Callejón del Oro y la Alquimia, ya que desea conocer el lugar donde vivió por un tiempo Franz Kafka, y al cruzar el Puente Carlos, que conecta con Malá Strana, se detiene un momento frente a la sombría estatua de San Juan Nepomuceno, patrono milagroso de Bohemia, y le agradece, emocionado, el favor concedido.
Después, continua su camino, hasta que sus pasos se pierden en la misteriosa noche de Praga.
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