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Yo no soy Lady Chatterley

Texto por Rodrigo Caso del Gallego y fotografía por Georgexmx, modelo Luis Casar.

Yo no soy Lady Chatterley, ni estoy casado con un aristócrata inglés de gran fortuna.

Sin embargo, a pesar del abismo que nos separa, hay dos cosas que nos unen irremediablemente en este momento: la insatisfacción sexual y el deseo de lo prohibido.

Me explico. Constanza, que así se llama nuestra lady en cuestión, se casa con Sir Clifford, un hombre acaudalado, frío y poco proclive a los disfrutes de la carne. Para más inri, el pobre resulta herido durante la Primera Guerra Mundial y regresa a casa con una discapacidad que lo deja cuadrapléjico y lo postra en una silla de ruedas.

Constanza, anestesiada por el tedio y la insatisfacción, se enciende cual pira de San Juan al conocer a Oliver Mellors, apuesto guardabosques del condado.

Como diría el difunto dramaturgo mexicano Hugo Argüelles al describir el encuentro destinal de los protagonistas de una historia de pasión, ambos “se miraron, se reconocieron y se supieron necesarios”.

Mellors representa el deseo transformado en carne, suculento fruto prohibido que la tienta en medio del asfixiante rigor de la moral victoriana.

Ambos están casados. Y, para colmo de males, él pertenece a una clase social inferior, algo que la sociedad de la época no perdona. Ella se debate entre dar rienda suelta a esa pasión que la consume, o a consumirse por frenar el deseo que la aguijonea y la atormenta día y noche. Ese es su gran dilema.

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Foto: Georgexmx, modelo Luis Casar.

Mis circunstancias, queridos amigos, son del todo distintas a las de nuestra icónica Lady Chatterley – salida de la magistral pluma del escritor inglés D. H. Lawrence-. Y sin embargo, compartimos el mismo dilema.

Llevo ya dos meses de encierro. La pandemia nos ha impuesto un confinamiento obligado. Dos meses solo, conmigo mismo. Sin compañía ni contacto humano. Dos meses de una creciente insatisfacción sexual, por un miedo al contacto justificado. Se acabaron las salidas, los besos y los abrazos. Se acabaron las noches de vino y de rosas.

Llevaba con espartana disciplina esta necesaria clausura, hasta que cometí un tremendo error: salí en el momento menos indicado al balcón a recoger la ropa interior que había dejado secando al sol desde la tarde anterior.

Y ahí estaba él, abajo, a unos pocos metros de distancia, mostrando su moreno y atlético torso desnudo, mientras descendía despreocupadamente del yate ” The Signal”, atracado frente al condominio donde paso mis días de encierro.

En ese mismo instante, sus ojos de un profundo color obsidiana se alzaron hasta mi balcón y se clavaron como dardos encendidos en el centro mismo de mis asombradas pupilas. Y yo, queridos míos, al igual que Lady Chatterley, me transformé, sin poner resistencia alguna, en una ardiente antorcha humana.

El tiempo se detuvo. Las rodillas me flaquearon. Sin saber qué hacer, moví torpemente una silla de plástico, cogí con gesto nervioso mis boxers y me refugié en la penumbra del departamento.

A partir de ese momento, el marinero y yo nos espiamos con aparente disimulo. El morbo va ganando terreno e incrementa la excitación y la evidente tensión sexual que nos devora con el paso lento de las horas.

Desde hace 4 días, ya no disimulamos. Nos miramos fijamente sin pudor alguno. Él se exhibe, semidesnudo, y me sonríe con una sonrisa torcida que me recuerda a la del capitán Jack Sparrow, de “Piratas del Caribe”.Tiene algo de chulo y descarado. Y no sé por qué, pero desde siempre me han gustado los chicos malos.

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Foto: Georgexmx, modelo Luis Casar.

Por la noche, se sienta en la barandilla del yate, destapa una Caguama, alza con gesto pícaro la botella y brinda conmigo al aire, mientras me lanza un guiño de complicidad. Palmea con su mano derecha la barandilla y me invita a bajar a tomar una cerveza a su lado. Después, desliza con lentitud deliberada su mano por la entrepierna y acaricia el contorno de su abultada bermuda.

Yo me quedo petrificado en el balcón. Me siento el convidado de piedra a un banquete prohibido. Tengo taquicardias. Las manos, húmedas y temblorosas, se aferran al áspero concreto del balcón. Encendido, al igual que Lady Chatterley, me debato entre el placer y lo prohibido.

Entretanto, él se desabrocha las bermudas y aprieta entre sus dedos la rotunda serpiente marina que asoma entre la tela desteñida de estampado hawaiano; me hace una señal con la mano, indicándome que baje; me mira de nuevo, se levanta, se despoja de la breve prenda y se mete en el camarote con un último gesto.

Yo permanezco anclado a mi sitio, hasta que los mosquitos me atacan y obligan a buscar refugio en la sala. Sudoroso, subo a darme un baño de agua helada y me recuesto enfebrecido sobre las sábanas, hasta que el sueño me vence.

Despierto con los primeros cantos de los pájaros. El deseo es ya insoportable. La decisión está tomada. Me baño y afeito con especial cuidado. Escojo una playera blanca y un llamativo bañador de palmeras violetas y moradas; me perfumo y abandono el encierro, sin colocarme el imprescindible tapabocas.

Con paso firme y la adrenalina bombeándome el corazón henchido, rodeo el condominio, cruzo la alberca y camino unos cuantos metros por el club de yates para entregarme a mi destino. La suerte está echada.

Para mi sorpresa, del Capitán Sparrow y su yate, “The Signal”, solo queda una estela de espuma que se pierde entre las aguas turquesas de la marina.

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Foto: Georgexmx, modelo Luis Casar.

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