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El santuario virtual

Texto por Tania BO, fotografía por Kostis Fokas

Las flores de las jacarandas empezaban a colorear de morado el cielo y las calles de la ciudad. Cada día que pasaba se hacía más caluroso y la primavera anunciaba su llegada en pocos días. Nubia estaba preparando su viaje desde la Ciudad de México a Cuernavaca, de donde era originaria. Ya tenía un par de meses desde la última vez que había ido a visitar a su familia y a sus amigues y, especialmente, quería ver a su amiga Cristina. Sin embargo, esa visita se pospondría indefinidamente debido a la pandemia que llegó a México en marzo del 2020.

Aunque las primeras noticias sobre el COVD-19 empezaron a escucharse desde finales del año anterior, lo cierto es que se percibían como lejanas y, cuando en los primeros meses del año las noticias y alertas cobraron fuerza, todo el asunto de la pandemia fue increíblemente abrupto y difícil de procesar. De un día a otro cambió la forma de habitar los espacios, las calles, las casas. La distancia física se hizo más evidente cuando todos los canales para viajar y comunicarse entre distintos territorios se volvieron un riesgo.

Nubia fue digiriendo todas las novedades con dificultad. Primero, la decepción de no visitar Cuernavaca y perderse de todas las pláticas, abrazos y tranquilidad que necesitaba de su hogar. Luego, la resistencia de trasladar su trabajo de su oficina en Reforma a la modalidad de home office. Después de la frustración, quedó el espacio exacto para que la soledad empezara a sentirse con más atención y cuidado.

Apenas hacía cuatro años que se había mudado a la Ciudad de México buscando el trabajo de sus sueños. Ese tiempo se había sentido libre, fluyendo entre tantas posibilidades de prácticamente todo: gente, gustos, idiomas, comida, lugares. Ahora, esas puertas se habían cerrado y estaba atrapada en su casa, donde nunca había pasado tanto tiempo en realidad. No tenía pareja, no tenía perro ni gato, no tenía casi plantas. Estaba aislada, en un departamento pequeño pero con demasiado espacio para ella sola y sus pensamientos.

El internet se convirtió en su única conexión con el mundo. Las redes sociales la mantenían enterada de noticias tanto del avance de la pandemia y de las medidas tomadas por distintos países y ciudades, como de qué estaba pasando con sus seres queridos y no tan queridos, pero que se seguían en las redes. Pasar tanto tiempo frente a la pantalla la hizo ser más consciente de las relaciones virtuales que mantenía desde hace tiempo.

Había un chat en especial que atesoraba celosamente. Ella y su amiga Cristina se habían conocido en una fiesta y bastó con una pequeña plática inicial para darse cuenta de que las dos estaban, en ese momento, librando una batalla interna por descubrir quiénes eran. Ambas estaban en una relación heterosexual monógama que no las tenía felices, al contrario: sabían que necesitaban algo diferente, que querían probar otras formas de relacionarse. Nubia se sintió en confianza, por primera vez, de expresar que sentía una convicción, no una confusión, de que era bisexual. Nunca había dicho esto en voz alta y mucho menos había intentado explorar esa parte de su sexualidad, pero cada día que pasaba tratando de evadir que, además de sentirse atraída por su pareja y por los hombres en general, sentía un deseo y una necesidad de conectar con otras mujeres al estar junto a ellas, reír con ellas, verlas bailar o bailar con ellas; le provocaba una angustia asfixiante. Por su parte, Cristina sospechaba que el sexo sobraba en la relación amorosa que tenía en ese momento. No era que quisiera a su novio sólo como un amigo, no era que ya no lo quisiera más, era simplemente que el deseo sexual no se despertaba de forma natural y espontánea en ella. Estaba casi segura que esto le pasaría con todas las personas y no solamente con él: había aprendido el lenguaje erótico y las reglas de los juegos sexuales por observación, no por un deseo auténtico ni por una expresión de su propio placer.

Ese primer encuentro fue como un chapuzón en agua fresca, fue un espejo de sus preocupaciones y sus búsquedas personales en cuanto a cómo querían construir sus relaciones amorosas. Decidieron hacer un chat en Telegram, que en ese entonces era mucho menos popular que WhatsApp, y platicar acerca de estos temas y de todo lo que quisieran de forma segura y amorosa. Su amistad fue creciendo y se fortaleció con el tiempo, sí por todas las veces que se veían y hacían cosas juntas; pero en gran medida por ese chat tan íntimo que con el tiempo se convirtió en un santuario de reflexiones, de confesiones y de reconstrucción de sus propias identidades.

Ni la mudanza, ni el hecho de que vivieran en ciudades distintas afectaron el santuario virtual. Nada impedía que Nubia y Cristina se aislaran del mundo para conectar con sus sentimientos, sensaciones e ideas. Era como si al abrir el canal de Telegram pudieran despojarse de su disfraz real y material para sumergirse en la honestidad que les brindaba la virtualidad. Textos, frases que se convertían en mantras, fotos, stickers, memes, humor negro para lo negro de la vida, audios y videos componían esa biblioteca de su vida juntas: había una multiplicidad del ser y del estar en el mundo de cada una.

Ese espacio les permitió desnudar sus cuerpos y sus almas para verlos y sentirlos sinceramente, confiadas en que estarían a salvo. Tomaron la fuerza y la ternura necesarias para soltar, cada una a su tiempo, a sus parejas que no podían acompañarlas en este proceso de descubrimiento y de expansión. La pareja de Nubia no estaba segura de qué es lo que debía hacer con el hecho de que ella se sintiera atraída a las mujeres, no sabía si podía aceptarlo o tomarlo como una etapa que pasaría en algún momento. Finalmente, el deseo de Nubia por conocer otras formas de ser en las relaciones y de explorar su deseo la llevaron a querer una vida más libre, sin un compromiso que no compartía una forma de vida.

Cristina, por su parte, se sinceró con su pareja y juntos buscaron alternativas para lidiar con la situación. Se barajaron sobre la mesa opciones de tener una relación abierta, de que él buscara satisfacer algún deseo con servicios en línea, de ir a terapia. Sin embargo, mientras más opciones intentaban, Cristina buscaba más libros, artículos, podcasts y videos. Se dieron cuenta que necesitaban separarse porque no se trataba de algo pasajero, como él esperaba, pero principalmente porque ella quería encontrar a una pareja con quien pudiera compartir su tiempo siendo fiel a quien ella era, con las cosas que la hacían sentir a gusto.

El chat fue entonces un anecdotario de soltería, de citas, de momentos, de encuentros y de corazones rotos, también un diario de memorias nostálgicas sobre aquellos amores que significaron tanto en una etapa que cada vez se volvía más distante. Se volvió un auditorio donde se conversaban los retos académicos y profesionales de cada una, donde se reconocían desde las titulaciones hasta los logros obtenidos en el día a día, y podía ser de igual forma un búnker para estudiar las amenazas más terribles, recuperarse de las caídas y crear estrategias para ganar batallas.

Cuando era necesario, este espacio podía volverse un abismo de dudas y de certezas punzantes, o convertirse en tierra firme que brindaba la sensatez exacta para sobrellevar las crisis existenciales. Otras veces era música alegre para que el corazón danzara y una fuente inagotable de risas.

Ante el asombro de todes, la pandemia sobrevivió todas las estaciones y tomó fuerza en el invierno. Cristina llamó por teléfono a Nubia en la primera navidad pandémica, que pasarían aisladas de sus amigues y sus familias. Mientras que a Nubia el encierro y la soledad le estaban pesando bastante, Cristina se estaba sintiendo mucho más confiada explorando entre videollamadas y mensajes sus relaciones interpersonales. Notaron que hacía tiempo que en las pláticas ninguna de las dos se sentía demasiado feliz, demasiado plena o suficientemente a gusto con su estilo de vida. Entre la pandemia y la llegada de los treinta, todo iba teniendo matices distintos, lidiar con la incertidumbre se había vuelto una actividad cotidiana, lograr equilibrar los momentos de frustración y de tristeza estaba más practicado, y saber apreciar los momentos de luz, de motivación y de alegría eran, por momentos, tareas extenuantes.

Se desearon felices fiestas y brindaron cada una a través de su celular. Nubia había entendido que el ciberespacio podía contener muchos más mundos interiores, muchas más versiones del cuerpo mismo y de sus relaciones que en la vida cotidiana. Se detuvo a pensar que no estaba sintiendo una soledad dolorosa, sino acompañada, y que entre todos los cambios y dudas, tenía la certeza de que la cercanía virtual con Cristina era una de los motivos más importantes para seguir de frente a la vida.

 


Este relato corto fue creado en el marco de la convocatoria de textos Cuerpos virtuales que explora las diferentes experiencias y nociones alrededor la virtualidad del cuerpo, el significado del contacto humano a distancia, el flujo de cuerpos virtuales y lo que significa su conquista del espacio digital. Participa hasta el 20 de mayo. 

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