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Masculinidades

Sobre masculinidades y otros demonios

Texto por Rodrigo Herrera

Fotografía por Pierre Wayser

Esta es la razón por la que llevo más de dos años sin cortarme el pelo. 

Les podrá sonar como una pequeñez, pero desde que tengo memoria, siempre (siempre) había querido tener un corte largo. Nunca me fue posible, primero por que en mi casa me llevaban por helado después de llevarme a cortármelo y segundo porque la escuela lo prohibía. 

Cuando me fui de intercambio no vi a mis amigos o conocidos durante un año, tampoco visité la estética. Después de un par de meses de haberme acostumbrado a mi nueva ciudad, sorprendí a una chica del autobús escolar jugando con mi cabello. Me dijo: “con tu pelo y mi cara, podríamos ser una persona muy sexy”. Entenderán que pude hacerme muy amigo de ella pronto. 

A mi regreso, mis papás organizaron una fiesta sorpresa en casa para darme la bienvenida. Llegaron muchos de mis amigos y la pasamos muy bien. Al final de la noche sólo quedaron mis amigas más cercanas y terminaron convenciéndome de que me plancharan el pelo; mismo que cortaría al día siguiente y que todo volviera todo a la “normalidad”. 

Tenía horas de haber regresado, y la emoción hizo que me levantara muy temprano al día siguiente para ir a visitar a mi mejor amigo. Su papá recibió en la puerta. Al verme inmediatamente me preguntó si no había tenido dinero allá para cortarme el cabello. 

Espere hasta la universidad para poder decidir al 100% sobre mi cabello. Y aún así, había gente que se sentía con la obligación de opinar sobre eso: “doña pelos”, me decía a escondidas un ex compañero de la universidad con la homofobia más internalizada. Años después salió del clóset como homosexual. 

A lo que voy es que no me importaba si se me vería bien o mal, no sabía cómo se veía mi cabello si lo dejara crecer; lo único que quería era saber cómo se sentía.

La primera vez que me hice una cola de caballo le pedí permiso al INTERNET. No me sentía cómodo para salir a la calle así al principio. Hice una pregunta en Instagram y me llegaron muchos ❤️ y mensajes de gente conocida. Y entonces me dio mucho coraje. 

Uno no debería pedirle permiso a las personas sobre cómo queremos vivir nuestras vidas. Uno no debería buscar excusas para expresarse. En ningún Halloween me disfracé de mujer, ¿cómo pude haber agarrado valor? ¿Cuál sería mi excusa? ¿Quién me haría segunda? Para 10 chavos de un grado más alto de mi escuela fue el disfrazarse en grupo, de monjas de convento lo que les permitió. No entiendo muy bien la elección de disfraces de los hombres cuando quieren ser mujeres, por lo regular son disfraces o de parodia o sugestivos; sexo servidoras, o de enfermeras sexo servidoras, o de sexo servidoras con alas, etc etc etc. Pero volviendo al tema, no entiendo por qué le prestan tanta atención a esto. Es sólo cabello.

Esta es una de las tantas dinámicas entre hombres y mujeres que me he puesto a cuestionar desde hace algún tiempo, y siempre regreso a reflexionar sobre el género. No hace falta ser un erudito o iluminado para darse cuenta que el concepto de hombre que hemos construido está muy rancio. Basta con ver las noticias; los asesinados de mujeres, productos de un “crimen pasional”. Esos son crímenes de odio: “me perteneces”, “si no eres mía no eres de nadie”. Los asesinatos a mujeres trans muchas veces suceden luego de tener relaciones, luego de que se les bajara la calentura y se arrepintieran de lo que acababan de consumar.

¿Qué pasa con el éxito masculino con el que hemos crecido? No es casualidad que los números de divorcios han aumentado drásticamente en los últimos años y las familias sostenidas por una sola persona casi todas son encabezadas por mujeres. Pero estas mujeres no son vistas como víctimas, nos las venden como pornografía mediática, son hembras alfa, son luchonas, chanclas de adamantium, mecen la cuna y cocinan al mismo tiempo, perdón pero ¿qué carajo tiene que ver lo masculino en esto? En la realidad, son millones los hogares encabezados por mujeres, y son la mayoría de los que viven en la pobreza; aún así, son invisibles. ¿Dónde están esos hombres que no se quisieron hacer responsable? Esos que huyeron de la carga de embarazase y parir, de alimentar, vestir y proteger.

Algunos hombres huyen, pero otros más se despiden de este mundo. Hace tres años, en 2016, fueron 6,291 personas las que se quitaron la vida en México, 8 de cada 10 fueron hombres (5,116), la tasa más alta fueron hombres  jóvenes de 20 a 29 años según INEGI. En los estudios sobre jóvenes hombres que se han hecho en México se ve claramente cómo los jóvenes se erigen como proveedores económicos de su familia, como protectores de las mujeres, pero también se ven las relaciones distantes que crean con niños y ancianos. . 

Y entonces pienso, ¿son menos hombres aquellos que no pueden mantener a su familia? ¿Aquellos que decidieron quedarse en casa y cuidar a sus hijos mientras su pareja trabaja? ¿O qué tal aquellos que se fueron de sus casas antes de platicar con sus parejas? Aquellos que se fueron por cigarros. ¿O aquellos que prefirieron abandonar este mundo antes de pedir ayuda? Yo creo que no. 

Cada vez me queda más claro que si queremos hacer un cambio, tenemos que empezar en nuestra vida propia y casa para luego verlo reflejado en la sociedad, y para eso necesitamos que cada uno haga su parte.  

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