Correo electrónico en vez de carta anónima
Texto por Erinias, fotografía por Kostis Fokas
Pongo el mundo en funcionamiento con las yemas de mis dedos sobre la ventana, a falta de hacer reaccionar tus músculos con los míos; siento la vibración de mis alarmas y de tu voz en los poros de la bocina a falta del pulso en tus palmas; la pantalla quema mis manos por las horas de energía a falta de la calidez de un cuerpo; devuelvo con mis dedos el calor y la luz que emite, a falta de entregar mi respiración por otra.
Si esto fuera una carta, la habría escrito a mano, te hubiera secado jacarandas y rosas por tu presentación de baile, hubiera sonreído porque siempre quise tener alguien a quien dedicarle poesía. Mi letra se haría pequeña poco a poco porque no sé medir el espacio, y porque cuando estoy por terminar me dan ganas de decir más, y los márgenes llenos de manchas circulares porque la tinta se atoraría como nudos en la garganta y el bolígrafo tendría que toserla; mi letra luego se haría grande porque me dolería la mano. Olería a manzanas oxidadas porque sé que te gustan los jardines. En vez de eso: toma un montón de letras molde que, así como las imprime esta máquina, bien podría haberlas escrito ella y no yo. ¿Porque quién soy yo para ti? Soy un qué, un qué al que los mensajes de texto y las fotografías sin dimensión han revestido de un quién; porque puedo deletrearte un abrazo y un beso y un te quiero, pero no puedo darte ninguno. Quiero tocarte, pero conocerte es como escribir sabiendo que una letra lleva acento sin saber qué letra es (así funciona el teclado de mi computadora).
Sólo te conozco a través de esta ventana que no es ventana porque no hay nada del otro lado, que me promete que estás ahí y proyecta y recrea y proyecta sin referente. Fantasmas, somos fantasmas. Veo las flores y los edificios a tu alrededor, veo tu nombre y las luces que anuncian tu mirada, pero eres un fuego fatuo. La luz y los colores, lo único que conozco de ti, son un fuego fatuo.
Fantasmas, somos fantasmas. Quiero tocarte, pero no puedo. Quiero tocarme, pero mi cuerpo está en otro lado, y siento, pero no siento. Soy sentimientos que no tengo cómo almacenar sin un pecho, ni cómo distinguir sin venas en las que clasificarlos. Te quiero porque me aburres porque me haces triste porque no me haces sentir nada porque me haces reír porque me haces enojar porque soy sentimientos que tampoco son míos porque no hay un límite que me los separe del mundo. Soy sentimientos prestados, encontrados en el aire y en el humo de los coches. Soy sentimientos sin sensaciones porque mi cuerpo entumido está siempre en otro lado, mis nervios sedados. Fantasmas, somos fantasmas.
Estando aquí, atascada de sentimientos sin raíz y con un cuerpo desnutrido de sensaciones, me di cuenta de que mis sentimientos de antes eran igual de ilusorios. De que los huecos en mi cuerpo corresponden a esas pulsaciones en mis nervios y no a raíces de sentimientos. ¿Sabes lo que digo? Que todos mis sentimientos han sido prestados, que lo que siempre he sentido han sido sensaciones, que sin ellas no reconozco el mundo porque no me conozco. Que sólo mi piel muerta me parece una pérdida y que mi alma dormida está igual de despierta que antes. El cuerpo es temporal y el alma es inmortal. No, mi cuerpo tiene vida, y mi alma, sea lo que sea, sólo tiene la promesa de algo más; promesas es lo que me dan las proyecciones luminosas de mi pantalla, vida es lo único que sí es mío. El cuerpo es superficial y el alma profunda. Mi tráquea y mi útero y mis tímpanos están llenos de profundidades, capa bajo capa hasta llegar a un fondo. Es todo lo que necesito.
¿Sabes lo que digo? No, yo tampoco, las palabras pierden rumbo sin los pies de mis dientes: las ondas de sonido tengo donde ponerlas, pero esta voz fantasma, dime ¿qué puedo hacer con ella? ¿qué puedo hacer conmigo? ¿qué puedo hacer con mis manos, intangibles en cuanto se estiran hacia ti? ¿qué puedo hacer contigo, invisible en lo que a mis ojos concierne? Somos fantasmas como una atmósfera que sobresale por encima de la piel, como una sombra que se proyecta hacia el otro lado del mundo. ¿Sabes por qué me gusta tanto mi cuerpo? Porque con él no puedo mentir, mis dedos son mis dedos ni uno más ni uno menos ni un poco menos yo; mi piel es del color que es y es más fácil separar mi rostro de lo que lo adorna porque él tiene un límite. ¿Pero el alma? Ilimitada, incorpórea, inalcanzable, se me escapa de las manos y hago de ella lo que quiero y nunca sé qué es en realidad. Quiero decir: fantasmas, somos fantasmas, y es más fácil hacer una mentira de un fantasma porque ¿qué impide que se disuelva en la apariencia?: “Te quiero”, lo digo y entonces lo sabes porque lo digo, no porque lo sientas; te quiero porque lo digo, no porque lo sienta porque ¿desde dónde va a sentir un fantasma si no tiene cuerpo? ¿desde dónde te voy a hacer sentir? Fantasmas, somos fantasmas. Pierdo todas mis verdades en cuanto alcanzo las tuyas al otro lado de la pantalla, estar junto a ti es perder mi capacidad de tocarte.
Fantasmas, somos fantasmas. ¿Hablar de cuerpos? No puedo. No tengo, no hay un cuerpo en mí para amarte.
Este texto forma parte de la Antología de cuerpos virtuales, selección a partir de la convocatoria para conocer las diferentes experiencias y nociones alrededor de la virtualidad del cuerpo antes y durante pandemia, el significado del contacto humano a distancia y el flujo de cuerpos virtuales y la conquista de nuestras pantallas.
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