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Bullying por homofobia

“Gay”: Hace como que no lo ve

Texto por Nando López

Hace como que no lo ve. Y si lo ve, hace como que no le importa. 

No es la primera vez que se encuentra ese «gay» grafiteado en su pupitre. O en su estuche. O hasta en su mochila. A veces piensa que prefiere eso -total, se tacha enseguida- a un «marica» o un empujón en el pasillo.

«No soy gay», le dice a sus amigos. También a sus amigas. «Que piensen lo que quieran». Y de nuevo saca sus dotes interpretativas para evitar la pluma -aunque son solo 14, ya ha aprendido a disimularla- y se afana por demostrar que no le afecta lo más mínimo lo que digan de él.

«Son gilipollas», se consuela, «niñatos sin vida propia, nada más». Y sus amigos asienten y le dan la razón. Sus amigas, también. 

Esa es la parte fácil, claro. Pero lo jodido viene más tarde.

Cuando se encierra en su cuarto. Cuando llega el enésimo mensaje en redes. Cuando siente que no puede con su personaje y le faltan fuerzas para exhibir su máscara. Entonces parece que el puto «gay» de su estuche no se borrase nunca: no hay típex que pueda con según qué palabras.

Hace poco, a todos los de 3ºESO, les dieron una charla contra la LGTBIfobia en su instituto. Una de esas que, según ha oído, hay quien quiere prohibir. Una charla que, a su manera, le dio algo de oxígeno, aunque los graciosos de siempre se pasaran toda la hora haciendo coñas.

Y eso que él ya sabe que vive en un mundo tolerante, y sensible, y jodidamente moderno donde a nadie le importa con quién te enrollas. Pero en ese mundo tan guay no encajan, sin embargo, sus ganas de cruzarse en el vestuario del gimnasio con el chico nuevo de la segunda fila.

Un tío moreno, algo más alto que él, de ojos oscuros y mirada enigmática. Viene de otro centro y se ha integrado rápido con los de su clase. Se le dan bien las matemáticas y el fútbol, así que no le ha costado demasiado sumar amistades.

Coinciden en los desdobles de inglés y han descubierto que a los dos les gustan Halsey, Imagine Dragons y el cine viejuno de los 80, pero tampoco en inglés le sonaban mejor sus ganas de cogerle las manos, de acercar sus cuerpos, de probar su boca.

Si no fuera por esa charla quizá no se hubiera atrevido. Pero creyó ver algo… Creyó que sus miradas buscaban las mismas respuestas. O, por lo menos, se hacían las mismas preguntas. Al menos no hizo ninguna de las bromas macarras que el resto de la clase. Él no. Él escuchaba.

Estoy tonto, se dice mientras intenta concentrarse en el examen de mañana, y se ríe porque es una idiotez. No es que le dé miedo el «gay» grafiteado en su mesa. Ni el «marica» que gritan los macarras del barrio cuando atraviesa, solo, el maldito parque que hay hasta su casa.

Es más bien que en su mundo no hay identidades como la suya. En su mundo –en el que le han enseñado- “no es normal” pensar como él lo hace sobre ese compañero que gana torneos de fútbol con la misma facilidad con la que arrasa en las olimpíadas matemáticas.

Pero eso no es ser gay, se convence. Eso es estar perdido. Es estar hasta los cojones de la adolescencia, y del acné, y de todas las mariconadas que pasan cuando tienes 14. «Mariconadas», repite. Y escribe la palabra en su cuaderno: «marica», pero la tacha porque le suena mal.

Le suena fatal hasta que una noche, justo después de los exámenes finales y un poco antes de terminar el curso, recibe un mensaje en su Insta. «Han colgado ‘El club de los cinco’ en Netflix, te vienes o qué?»

El texto no es un derroche de poesía, pero se lo ha enviado su compañero de los desdobles de inglés. Y él le responde con un gif que se supone que significa «Por supuesto» mientras intenta controlarse la erección. La ilusión. La posibilidad.

Abre el cuaderno. Mira su última página. Y, con un rotulador idéntico al que alguien usó para grafitear su estuche, rescata y hace suyos los caracteres de la palabra que había tachado: «marica». 

Debajo añade una sola palabra. Una única palabra. 

«Orgullo».

Esta historia fue publicada originalmente en el Twitter de Nando López, ver hilo.

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