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Penélope y Mar

Texto por Renne Oliveira, fotografía por Kostis Fokas

Mar era de esos personajes que ves en la tele o en el cine y piensas que jamás vas a poder conocer a alguien así. No pueden existir más allá de ficciones universales, fantasías femeninas, masculinas y no binarias manifestadas en un mundo intangible, encontrarlos en la vida real sería el equivalente del shock y curiosidad de Alicia al ver al conejo blanco con un reloj de bolsillo en la mano. Así que, cuando Penélope vio la fotografía de una enfermera, de piel radiante, con el cabello negro hasta la cintura, chaparrita y de facciones duras y hermosas al mismo tiempo, toda ella bañada por luces neón en una app de citas, pensó “chicle y pega”, al tiempo que le dio swipe a la derecha.

Para su sorpresa, Mar respondió a los pocos minutos, pasándole su cuenta de Instagram y anunciando que iba a cerrar su perfil en la app. Si la quería contactar, ya tenía cómo hacerlo. Estaba en sus manos. Es ahora o nunca.

Tan rápido como pudo, la buscó y le mandó un mensaje algo tímido, explicando quién era y preguntando cómo estaba. Ya saben, la plática aburrida de siempre, tocando lugares comunes en un intento fallido de no errar en tópico y aburrir a la otra persona. Mar, al presagiar el tedio que podía causar ese tipo de conversación, decidió cambiar la jugada hablando desde la honestidad. Le contó que había encontrado una foto de un dibujo hecho por Penélope cuando la estaba stalkeando y le preguntó si podía dibujarla como a una chica francesa o recreando alguna escena sacada de La vida de Adele.

Es entonces cuando Penélope pudo respirar más tranquilamente al encontrarse con un mundo de referencias compartidas, y le contestó que prefería pintarla como era, imaginarla y extender su mano hacia ella en un intento de no perderla, de compartir el mundo y el idioma como las protagonistas de Retrato de una mujer en llamas. Mar contestó con un “jajaja” que Penélope interpretó como genuino, y remató con “mientras no te tardes una vida en hacerlo, como Evaristo, lo que quieras”.

Penélope ansiaba conocerla, tener las manos de Mar recorriéndola cual marea que sube y baja según indique el capricho de la luna. Pero no tardaron en descubrir que por error del algoritmo la separaban cientos de kilómetros.

Quizás era destino el no encontrarse. El perderse antes de siquiera tener la oportunidad de hallarse.

Estupideces, le dice Mar. Algún día se verán. Algún día podrán recorrer los arrecifes de sus cuerpos en libertad. Compartirán tiempo y espacio. No hay de otra.

Penélope entra en pánico ante la idea de verla, le ha mostrado a Mar su cuerpo en fotografías, pero se pregunta si al verlo en persona lo hallará atractivo. Mar es una mujer de figura esbelta, en cambio, no hay reunión familiar en la que Penélope no escuche a sus familiares hablar con su madre preocupados, diciendo que si sigue comiendo, su figura no mejorará y nunca conseguirá esposo.

Mar le reitera, que la quiere toda, así como es, de pies a cabeza, como sea el día en qué se encuentren. Porque al final, a quien desea es a Penélope, y Penélope solo hay una.

Quizá no lleguen a verse, es posible que la historia que comparten sea un romance en línea. A las dos no les importa, disfrutan escribirse, estar para la otra. Por la lejanía no existen celos, por la intimidad no hay secretos. Cumplen como pueden la fantasía de la otra. Penélope le manda audios cantando canciones sacadas de películas de la época del cine de oro mexicano, Mar le da instrucciones de cómo tratar su estómago propenso a infecciones o le hace recomendaciones post vacunación.

Se obsequian atención y cuidado. Sobre todo, cariño y confianza.

Mar y Penélope, Penélope y Mar.

Cercanas en la lejanía geográfica gracias a la intimidad que les regala la virtualidad.

 


Este texto forma parte de la Antología de cuerpos virtuales, selección a partir de la convocatoria para conocer las diferentes experiencias y nociones alrededor de la virtualidad del cuerpo antes y durante pandemia, el significado del contacto humano a distancia y el flujo de cuerpos virtuales y la conquista de nuestras pantallas. 

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