Una nueva esperanza
Texto por Ricardo Cadena
Ilustración por Oscar Pinto
No nos dimos cuenta de que el COVID-19 solo nos estaba preparando para lo peor. Corría el año 2095, cuando una nueva pandemia azotó a la humanidad, esta vez ocasionada por un virus más peligroso, contagioso y mortal que ningún otro, sobre todo porque en un principio, los hospederos no presentaban síntomas.
Cuando el cuerpo humano llega a la vejez, este comienza a tener múltiples fallas: los sentidos, la fuerza, la memoria se pierden y, con ello, viene la muerte. Lo más curioso de este nuevo virus es que las personas infectadas no llegan a vivir más allá de 30 años. Al cumplir esta edad falleces. Pese a ello, la humanidad logró subsistir con el patógeno y, en este momento, todos estamos contagiados. No existen vacunas, no hay cura y tampoco escapatoria. El final está cerca…
En estos tiempos de incertidumbre, no todo está perdido. Hoy es mi cumpleaños número veintitrés y me han despertado las noticias de las 9. Cada mañana, Luz sintoniza sin falta el noticiero, es su programa favorito. Siempre lo mira en compañía de su café, que le gusta negro, bien cargado y con dos cucharadas de azúcar. Llevamos juntas once años, este tipo de cosas son fáciles de recordar.
Por lo general, no me interesa escuchar lo que sucede en el mundo, ya tenemos bastante con el virus y el deterioro de la humanidad, pero en esta ocasión lo que escuche llamó mi atención. Me acerque al holovisor lo más rápido que pude para verlo con mis propios ojos pero, claro, mi barriga no ayuda en nada con mi velocidad.
¡Últimas noticias! Con treinta y ocho años, acaba de fallecer en Italia la persona más longeva jamás registrada desde el inicio de la pandemia. ¿Pueden creerlo? ¡Treinta y ocho años! El estudio y análisis del cuerpo de esta persona podrían significar un gran paso para la medicina. Los expertos creen que la respuesta se encuentra en el cuidado y control extremo de la alimentación. Esto podría indicar un avance en la lucha para erradicar el mortemvirus.
Luz se quedó inmóvil, apagó el holovisor y volteó a verme, tenía mirada estupefacta y los ojos bien abiertos.
— ¿Escuchaste? Treinta y ocho años. Alma, esto puede significar estar con nuestro hijo durante quince años. ¿Lo imaginas?
— Luz, no hay nada más que quiera en la vida que ver a mi hijo crecer más allá de los siete años que nos quedan.
Luz soltó una carcajada y, con la mirada llena de entusiasmo, me abrazó, seguido de un ¡feliz cumpleaños, amor!. Sentí un fuerte dolor en el abdomen mientras me encontraba sonriendo y dejé salir un quejido por mi boca.
— Luz, creo que ya es hora. El bebé ya va a nacer.
Toqué mi barriga, sentí cómo el bebé se movía dentro de mí. Luz corrió por las cosas, se guardó el holovisor en el bolsillo y me ayudó a dirigirme a la salida. Por suerte, teníamos el aeromóvil que nos dejó el vecino antes de cumplir sus treinta, por lo que llegar al hospital no sería un problema. Es una suerte que no hubiera tráfico esa mañana.
Llegamos al hospital. Luz manejó de manera impecable, nunca la había visto tan nerviosa y emocionada a la vez. Yo me sentía tranquila pues de algo estaba segura: los nacimientos son extremadamente comunes en estos tiempos, es la única forma que tenemos de preservar la humanidad. Todos los bebés nacen con el mortemvirus en su sistema, lo que significa que la supervivencia de la especie lleva consigo un alto precio.
Tenemos suerte. La enfermera nos dijo que no hay muchos nacimientos programados, solo veinticuatro antes que nosotras. Saldremos del hospital más pronto de lo pensado. Me subieron a una cama flotante y me llevaron al quirófano junto con mi amada Luz. Se aproximó un médico y comenzó la cirugía, increíblemente indolora. Me aplicaron un láser de cicatrización que cerró la herida en segundos. Eso fue todo todo, una nueva etapa en nuestras vidas estaba a punto de comenzar: el ser madres.
Al nacer, todos los bebés son escaneados con un artefacto que confirma la presencia del mortemvirus en su sistema. De cada cien niños que nacen, los cien portan el virus. Pero, algo desconcertó a la enfermera al momento de escanear a nuestro bebé.
— ¿Ocurre algo, enfermera? —pregunto Luz.
La enfermera dirigió la mirada hacia ella y luego hacia mí, mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro.
— Nada, todo en orden. ¡Felicidades, es una niña! Ahora vuelvo.
La enfermera salió de prisa de la sala. Tanto Luz como yo nos alegramos inmensamente, teníamos una hija. Pensar en el nombre era lo más complicado, aún no habíamos elegido ninguno, no queríamos hacerlo hasta que naciera. Tomé a nuestra hija en mis brazos, se veía realmente hermosa. Era él bebé más bello que jamás había visto y, a diferencia de otros recién nacidos que no paraban de llorar, nuestra hija estaba quieta y tranquila, como si estuviera muy feliz.
Nada podía explicar cómo me sentía, tenía conmigo todo lo que deseaba en la vida: una familia completa. Tenía fe en que Luz y yo criaríamos a nuestra hija de la mejor manera posible, haríamos todo por ella. Nadie podía arruinar este momento, hasta que la enfermera regresó junto con dos médicos.
— Felicidades, han sido un parto exitoso. Sin embargo, me temo que debemos llevarnos a su hija a observación, ya que presenta ciertas anomalías —dijo uno de los médicos.
—¿Qué clase de anomalías, doctor? —preguntó Luz con cierta confusión en sus palabras, mientras fruncía el entrecejo y nos abrazaba a mí y a nuestra hija.
Los médicos y la enfermera se miraron un momento. Tenía la sensación de que nos ocultaban algo y no querían confesarlo, hasta que Luz insistió en que nos dieran una respuesta.
—Parece ser que su hija ha nacido con inmunidad al mortemvirus.
Esas palabras me dejaron helada. Sentía como mi corazón comenzaba a palpitar velozmente y no pude articular ninguna palabra, quedé en shock. Jamás, en la historia de la humanidad, desde que el mortemvirus había infectado a todas las personas en el mundo, ningún bebé había nacido sin la enfermedad en su sistema.
Esto parecía ser algo imposible, nuestra hija pasaría de ser un bebé común a ser el único humano sano en años. Luz también enmudeció. Yo no sabía lo que ella estaba pensando en ese momento, solo podía pensar en nuestra hija y en lo que estas personas pretendían hacerle para buscar una respuesta en este suceso histórico. Tenía que reaccionar, teníamos que hacer algo.
—Debemos hacerle pruebas urgentes, analizar su ADN, sus tejidos y órganos para encontrar el por qué de su inmunidad —mencionó el otro médico.
—¡No! —fue lo único que pudo salir de mi boca.
—Parece ser que usted no comprende la gravedad de la situación —dijo el primer médico.
—Comprendo perfectamente, doctor, pero no permitiré que usen a mi hija como conejillo de indias. No tienen derecho —respondí.
Luz seguía en estado de shock, no se movía ni reaccionaba a la situación. La noticia había resultado mucho más impactante para ella de lo que imaginaba.
—Lo siento mucho, pero esta niña no les pertenece. Desde ahora es propiedad del gobierno. Enfermera, llame a la guardia nacional de inmediato, debemos proceder.
—¡No!, ¡no tiene derecho! —grité con todas mis fuerzas.
El grito hizo que Luz despertara del trance en el que se encontraba y, por fin, reaccionó. Enseguida entendió la situación y arrojó hacia los médicos una silla próxima a ella, donde antes había estado sentada. Los médicos y la enfermera gritaban mientras se protegían con sus brazos de la silla.
En pocos segundos, Luz nos sacó de la cama. Llevaba a nuestra hija entre mis brazos. Ambas sabíamos lo que teníamos que hacer, así que corrimos hacia la salida del hospital, mientras unas sirenas con luces rojas comenzaron a sonar. ¡Alerta roja!, repetían las sirenas. Cuando, de pronto, los guardias del hospital nos interceptaron en la entrada. Detrás de nosotros venían los médicos junto con la enfermera.
Con nuestra hija en mis brazos y llorando, no podía pensar en un escape. Mi cerebro se cicló y comencé a sudar. Fue entonces cuando Luz sacó de su bolsillo una llave con un botón y lo oprimió. Los guardias no se movían de la puerta, las sirenas seguían pitando y de su bocina salía la alarma: ¡alerta roja!
Los médicos y las enfermera estaban casi encima de nosotras. Parecía el fin, cuando de pronto entró el aeromóvil al hospital rompiendo la puerta y tumbando a los guardias. Nos subimos de prisa y despegamos fuera de ese infierno, dejando a los médicos atrás.
Comencé a llorar. Luz estaba manejando a gran velocidad para llegar a casa lo antes posible. Sabíamos que no podíamos quedarnos, en ese momento nos habíamos convertido en fugitivas así que íbamos a casa solo a conseguir provisiones para partir sin ningún rumbo en particular y escondernos. No podíamos permitir que nadie lastimara a nuestra bebé.
—Luz, tenemos que ponerle un nombre —dije aún con lágrimas en los ojos.
—No puedo pensar en eso ahora, Alma. Ahora es lo menos importante —respondió Luz sin apartar la vista del frente.
Rápidamente volteó a verme y en seguida notó lo afectada que me encontraba.
—Te prometo que cuando estemos a salvo, le pondremos el nombre más hermoso a nuestra hija.
De la nada, detrás de nosotras apareció la guardia nacional, nos estaban persiguiendo. Luz aceleró, ya no podíamos ir a nuestra casa, teníamos que seguir y escapar lo más rápido posible. La desesperación empezó a apoderarse de nosotras. Nuestra hija no paraba de llorar, no teníamos un plan y no sabíamos hacia dónde nos dirigíamos.
Llegábamos a las afueras de la ciudad cuando la guardia nacional comenzó a lanzar disparos de advertencia cuando delante de nosotras aparecieron más elementos armados. Este era el fin, ya no había escapatoria. Luz fue deteniendo lentamente el aeromóvil mientras sus lágrimas iban en aumento. Nos tenían acorraladas.
—¡Bajen del vehículo y entreguen a la recién nacida!
Ambas salimos del aeromóvil. De una de las patrullas salió uno de los médicos del hospital con una sonrisa malvada en el rostro; se acercó a nosotras.
—Necias, ese bebé podría ser la clave para crear una cura que termine con esta maldición. ¿No lo comprenden? —exclamó mientras se aproximaba a nosotras junto con elementos armados de la guardia nacional.
Paró el llanto, centré mi mirada en los ojos de médico y dejé que las palabras salieran de mi boca.
—¿Qué es más importante, sacrificar a una inocente con tal de satisfacer el egoísmo humano o respetar la vida de los demás, la cual no nos pertenece? —respondí.
—Su vida ya no les pertenece. ¡Atrápenlas! —gritó.
En ese momento algo sonó del bolsillo de Luz. Era el holovisor. Se abrió automáticamente y el mensaje dejó a todos estupefactos, incluyéndome a mí.
¡Noticias de útlima hora! ¡Noticias de útlima hora! Este es un momento histórico. Acaba de nacer en la India un bebé inmune al virus. Así es, ¡libre del mortemvirus! Pero eso no es todo, este extraordinario suceso se repite en diversas partes del mundo. En Australia, dos gemelos también nacieron libres del virus. También en Francia, donde una bebé nació no solo sin el virus que nos ha atormentado por tantos años, sino que es inmune a él. Científicos y otros expertos afirman que este fenómeno se debe a una nueva especie humana, un paso de la evolución que ha ocurrido frente a nosotros. El ADN de estos recién nacidos parece ser ligeramente distinto al nuestro, es más resistente a enfermedades de todo tipo. La Organización de las Naciones Unidas y de Derechos Humanos ha pedido se respete y proteja a la nueva especie humana. Todo parece que esta nueva especie del género homo no es capaz de reproducirse con el homo sapiens, pues investigaciones apuntan no son genéticamente compatibles. Los científicos ya los llaman homo sapiens mortem. Sin duda, esta noticia cambiará el rumbo de la civilización como la conocemos. Ellos representan el futuro de la humanidad, son un nuevo comienzo, una nueva esperanza.
El holovisor se apagó. Nadie podía creer lo que habíamos visto y escuchado. Miré a Luz, que se encontraba igual de asombrada que yo. Dirigí la mirada a nuestra hija y en ese momento lo supe, salió de mi boca solo una palabra: Esperanza.
Este cuento de ciencia ficción forma parte de la convocatoria Después de la pandemia. Por cada cuento publicado de esta serie se hizo un donativo a Casa Hogar Paola Buenrostro, el primer refugio para mujeres trans en México donde hacen un trabajo de acompañamiento y reinserción. Si te agradó este cuento te invitamos a hacer una donación hoy en su sitio web, también puedes hacer un envío por PayPal .
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