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cuento de ciencia ficción virus

Tres puntos

Texto por Karen Cosio, ilustración por Oscar Pinto


No recuerdo dónde lo había conocido, seguro en una aplicación de citas como las que había antes, pero ahora ya hay tantas y otras nuevas plataformas que si no fue en una fue en otra,  lo más seguro en  alguna fiesta virtual o en algún chat donde de pronto un nombre de usuario dejó de significar sólo números y letras. Llevábamos ya bastante tiempo hablando, conocía su rutina, sus gustos y un poco del pasado, de esos días de los que ya estaba prohibido hablar. Simplemente se llegó a ese acuerdo en el colectivo social, por el bien de todos y
para “construir un presente más llevadero” como  decían las cadenas de información. El reflejo de un pueblo resignado, pero eso no significa que se haya dejado de suspirar al recordar esos tiempos aunque sea a escondidas. 

 

Total que el día de conocernos en persona por fin había llegado, nos pusimos de acuerdo y existió la fortuna de que aquella solicitud del carnet de salida fuera expedido con la misma fecha y hora. Pensar que antes no tenías que hacer un registro en el Ministerio de Salud y Desplazamiento, por eso ahora los encuentros son más selectivos y no queda tiempo ni esfuerzo para una cita en vano. Sin más, se requiere demasiada  voluntad y un gran compromiso para ver a alguien en persona, los permisos están limitados. Razón por la que muchos romances quedarán entre palabrerío, videollamadas de mala calidad y un teclado pegajoso.  “Para este entonces ya todos nos conocemos el pito” decía Fernando, mi mejor amigo. Y no tanto por la propagación de fotos o videos, porque ahora eso es muy penalizado, desde que se tiene muy bien controlado a lo que sobrevivió de la sociedad, los esfuerzos del orden han fijado toda su atención en lo que quedaba por legislar: internet. 

Y es que si te encuentran culpable por el delito de tráfico de información y atentado al pudor te desaparecen. Esta nueva ley fue un golpe duro para terminar con todos los que estaban lucrando con sus cuerpos, que era lo único que les quedaba. Al perderse el 70% de los empleos la gente tiene que buscar la manera ¿o es la manera la que lo encuentra a uno? Lo que sí bien encontraron, fue la ubicación de cada uno de estos personajes de cámaras. Con un tiro en la sien, en vivo y directo, dejaron muy claro que no permitirían el enriquecimiento ilícito o la “manera fácil”. Nos quieren ver morir de hambre. 

Por eso ahora las cosas son más personales y sin rastro alguno.  Antes existía el porno pero en estos días sólo está la opción de videollamada. Al principio nos resistimos a este cambio pero conforme fue pasando el tiempo y los días en confinamiento, la calentura hizo que la pena y la diversidad fluyeran sin juicios. Ya no importaba si el personaje de la videomamada era Marcelo el que, en algún trabajo del pasado fuera el contador o el de sistemas, lo que importaba era imaginarse lo que se podía hacer con lo que se mostraba en una pantalla  aunque fuera a minutos contados,  con la pantalla congelada y la imagen pixeleada. 

 

Son las 9pm cuando salgo de mi apartamento, noto que cada cuatro esquinas te encuentras a un checador del carnet de salida, todos armados y con radios para comunicarse con el equipo que se despliega por toda la ciudad. Los permisos no aguantan más de tres alcaldías, si quisieras viajar más lejos necesitas permisos especiales, y aunque algunos se consiguen fácil en el mercado negro, un paso en falso podría significar una muerte fría y rápida. 

Por fin lo veo a distancia, chamarra de cuero y una playera cuello V, “¡Qué guapo!” es lo primero que pasa por mi cabeza, aunque es difícil reconocer en persona (a quien sea) por el abuso de los filtros, José luce muy parecido a su avatar. “Por fin se nos hace mi Pablo” me dice mientras me da una palmadita en la espalda y apresuramos el paso.

Intentamos ignorar el altercado que hacen custodios que están deteniendo a un desafortunado hombre en la acera de enfrente, problemas de carnet es seguro. 

Y uno no sabría de donde salieron tantos uniformados y armados de la noche a la mañana a vigilar las calles desde que apareció el bicho, pero al relacionar que el narco y el gobierno unieron abiertamente fuerzas para restablecer el orden social de la nación, todo hace sentido. 

Después de caminar por un par de calles vacías, de aquellas que algún día fueron muy transitadas, por fin llegamos al distrito de personas diversas. Un par de cafeterías, librerías, cabaretitos y karaokes, todo súper limpio y bien pintado en cuyas fachadas se conserva la bandera del arcoíris ondeando con el aire frío de esta noche. 

Intentamos encontrar un espacio en uno de los lugares más grandes y populares del distrito, afuera de cada local se puede ver un tablero digital donde un 10 muy brillante nos da la bienvenida. Aún podemos entrar. Y es que la capacidad de cada lugar se ha reducido hasta en un 80% desde que las conglomeraciones están más que prohibidas. 

Es difícil reconocer ciertos lugares que a pesar de las circunstancias prevalecieron. Este lugar por ejemplo, de los más grandes de su tipo y que en sus buenos tiempos escupía gente hasta por las ventanas, ahora es una cafetería en su primer piso que recibe a personas perseguidas y da comida a los llamados rebeldes: la resistencia que se quedó a toda costa en la ciudad y son los que menos recursos tienen. Admiro la labor de estas drags y pienso cómo la comunidad puede dar todo aquello que alguna vez les fue negado: un poco de humanidad.

En la entrada una de las madrotas nos recibe con una sonrisa, revisa nuestros carnets y sella cada uno con mucho entusiasmo, su peluca un poco percudida pero el maquillaje como siempre es impecable. Pasamos al segundo piso que deja ver su pista vacía, no hay más de 15 personas. Pienso en como las luces neón no han perdido su brillo aunque el espíritu de la fiesta lo ha hecho casi por completo. Nos damos un par de tragos y me cuesta trabajo creer que puedo tocarlo y sentir su vibra, son placeres y privilegios que esta noche valen más que cualquier otra hazaña.

José es muy seguro de sí mismo, tal vez sea porque es mayor y más experimentado. 

Una actitud sabia pero sin mucha formalidad, con mucha intensidad en sus palabras y calidad en su espíritu, puedo ver en sus ojos la pasión que siente por la vida sin importar las circunstancias. Me encanta como salta en la conversación de un tema a otro; desde lo último en tecnología, la información que le llega por las cadenas informativas y cómo me dice sin miedo a verse débil que extraña a su madre que fue llevada a una de esas comunidades fuera de la ciudad. A muchos los sacaron y ya nadie vive donde algún día vivió, un día y de pronto nos sacaron a todos por la fuerza, nos pusieron donde mejor les acomodaba, todo basándose en cosas tan generales como edad, oficio, preferencia sexual pero el factor más importante: estado de salud. “Amo esa canción ven y bailemos” me dice mientras me jala de la mano hacía donde hay más luces, ¡me está tocando!, había olvidado esa sensación y no sé si sean los tragos que me están mareando o es la emoción que se concentra en mi estómago.  Analizo las caras que hace mientras canta, voy cayendo y no puedo evitarlo, lo quiero besar. Esa canción me recuerda a las marchas de orgullo que solían hacerse. Es un himno. Pensar que antes se podía bailar en multitud cuerpo con cuerpo. Reacciono y puedo ver sus ojos más de cerca, veo como los cierra, me está besando. Me despego y me doy cuenta que la canción había terminado hace unos minutos, mejor vamos a la azotea. Subo con cuidado de no caerme pero me empuja hacia los baños, me encierra en un cubículo y mientras me tiene contra la pared pienso: “87 días de sequía y aún hay lugar para la locura”.

 

Fumamos un último cigarrillo en la calle y pienso en cómo volver a casa, “¿Cómo? Sí esto apenas comienza” me dice en tono de desafío mientras apaga su cigarro. Tomamos uno de los taxis estacionados al final de la calle y vamos a uno de los distritos del centro. Hace tanto que no pisaba ni por equivocación ni a esta hora estos rumbos, pero la confianza que me da José hace que acepte sin más. Nos bajamos en una vecindad donde se escucha mucho ruido y se ven tantas luces, enseño torpemente mi carnet en la entrada pero veo que nadie lo revisa “Guarda eso que podrían robártelo en un instante” me advierte entre risas José, pero lo dice enserio. Muchas personas reunidas en un mismo lugar, una fiesta clandestina, no veía algo igual desde antes de la pandemia y aunque confieso que tenía mucho miedo, él hacía que no preguntara mucho. Los tragos y sonidos se apoderan de mi cuerpo. Drogas, licores y otros objetos del mercado negro, entre nostalgia y emoción no puedo evitarlo. 

 

Se acerca un grupo de hombres a saludarlo, me saludan, puedo notar que varios de ellos tienen LOS tatuajes en la cara: tres puntos rojos  debajo del ojo izquierdo, significa que tienen el virus más peligroso, se recuperen o no los marcan. Imposible que puedan entrar a tiendas o restaurantes y ni hablar de los empleos. Los han sacado de la ciudad en esos trenes de media noche que llegan a los conjuntos habitacionales que adaptaron para los infectados, los van acomodando por edificios y calles dependiendo de su grado de infección. Me doy cuenta que mientras repaso mentalmente esta información clavé mi mirada en los tatuajes de uno de ellos, esquivo la mirada e intento convivir con naturalidad pero es esa hora en la que mi cuerpo y mi mente ya no están conectados, cuando me propongo retomar la plática o entender de qué hablan, ya es demasiado tarde. Mencionan algo de papeles y permisos del mercado negro. La zona en la que estamos es el distrito gubernamental donde se encuentran todos los comités y ministerios, de ahí mismo sale toda cédula y carnet falsos para el mercado negro, noto que uno de ellos se molesta y termina la conversación “No es tiempo ni lugar, no caigamos en la conspiración arbitraria”. Se despiden de José y noto que uno de ellos le deja caer un sobre dentro de la bolsa delantera de su chamarra de cuero. “Cuanto más duro es el sistema, más inevitable es la resistencia ¿no crees?”, me dice con esa sonrisa que me tiene hipnotizado toda la noche. 

Es hora de irnos y ya no hay transporte, tendremos que ir a pie y hacerlo rápido antes de que los permisos caduquen. Los colores del cielo anuncian que deben ser las 6am y el próximo turno de salidas comienza en un par de horas.

Reconozco algunas calles pero doblamos hacía un callejón muy oscuro, no puedo sentir mis piernas pero intento seguir su paso, más rápido y siento que me desvanezco, voltea a verme con esa sonrisa, esa maldita sonrisa que me derrite y ya estoy flotando. ¿En verdad estoy flotando? Siento como caigo al suelo y él me abraza, la vista se nubla y todo se transforma en colores y sonidos. 

 

Otras voces que no son las suyas se acercan, un “Ya cayó” y fue lo último que escucho.

Me despierto por momentos con ese sonido penetrante y familiar, dolor fulminante en mi cara, intento moverme, es inútil, siento unas manos sujetándome con fuerza la cara, me están tatuando, estos hijos de perra me están tatuando, intento escupirles pero la baba cae torpemente sin mucha fuerza, inmóvil sin poder hacer nada más que sentir como arde la lagrima que cae debajo de mi ojo, ¡dios estoy muy drogado!

 

¿Qué pasó después? No lo recuerdo muy claro,  entre papeles, trenes de media noche y  scaners de filtros. Parecía que no era la primera vez que hacían esto, son expertos. De José ni sus luces, por más que quise buscarlo o reconocer su voz, perderme en esa puta sonrisa aunque sea por última vez… aún pienso en él ¡Qué pendejo! Sudo frío, luego duermo. Luego despierto. 

Me ponen una capucha y me escoltan entre cinco. No sé de donde sale esta fuerza para intentar safarme pero es inútil, un golpe en las costillas y me arrastran para subirme a un camioneta donde me acuestan en lo que pienso es una camilla. Suena una sirena fuerte entre tanta lluvia, ¿es esto una ambulancia?. Me bajan y quitan la capucha, puedo ver el cielo estrellado, al menos algo sigue brillando. Avanzan rápidamente. Esa sonrisa esa puta sonrisa, es José, lo tengo enfrente. Me besa la frente, y cuando quiero decirle algo con toda la rabia que tengo, me paralizo. ¿Qué mierda estoy viendo, soy yo? Veo a una persona idéntica a mí a su lado. Me estoy volviendo loco. “Son los filtros que te escanearon a la perfección, mírate” me sacudo sin piedad en la camilla pero me tienen muy bien fijado. El tren hacia las colonias anuncia su partida y los veo alejarse mientras el falso personal del equipo sanitario me arrastra hacia algún vagón que me llevará lejos. Hasta las colonias en la sección de los más graves, donde nadie creerá mi historia porque todos sabemos que el virus te  trastorna, te vuelve loco. 

Increíble es claro, qué tan fácil una traición, unos papeles falsos y un tatuaje serán mi sentencia hasta que me pudra mientras  alguien más disfruta de mi identidad, de mi vida y de ver esa puta sonrisa.

 


Este cuento de ciencia ficción forma parte de la convocatoria Después de la pandemia. Por cada cuento publicado de esta serie se hizo un donativo a Casa Hogar Paola Buenrostro, el primer refugio para mujeres trans en México donde hacen un trabajo de acompañamiento y reinserción. Si te agradó este cuento te invitamos a hacer una donación hoy en su sitio web, también puedes hacer un envío por PayPal .

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