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Uno busca lo que le resulta conocido

Desde que era niño escuché frases como “el amor todo lo puede” o “amar es no tener que pedir perdón”, ni siquiera sabía que en mi infancia vivía en una realidad tan tóxica que al crecer y volverme un hombre salí por el mundo a buscar lo que me resultaba conocido.

A Gastón lo conocí como un ligue de red social, la verdad es que no era nada mi tipo y nunca me gustó físicamente del todo pero empece a salir con él porque me sentía aburrido de mí. Sentía que mi vida no tenía rumbo y parecía mostrar una estabilidad profesional y social que yo no tenía en ese entonces.

Sin pensarlo me salté el noviazgo y a las dos semanas me invitó a vivir y trabajar con él, y yo acepté. No quería estar más en la ciudad en la que me encontraba y necesitaba trabajar en algo que me interesara, así que me fui a vivir con el a su ciudad de origen. Cuando menos lo esperé mi vida giraba entorno a él, sus gustos, sus estados de ánimo, su trabajo, su familia. Ni siquiera me di cuenta como fue que perdí el control de todo lo que me pasaba y terminé renunciando por voluntad propia a todo lo que me hacía feliz para tener a alguien a mi lado; alguien, quien sea, no tenía que amarlo, sólo no tenía ganas de hacerme cargo de mí mismo ni de estar solo.

El disgusto se volvió parte de mi vida, estaba acostumbrado a que me hiciera sentir tonto, a que me faltara al respeto y a no ser capaz de pedirle ayuda a nadie porque no quería que me vieran como un fracasado, así que aguanté y viví con el dos años. Dos años sin tener control de mi dinero, ya que él era también mi jefe y decidía que si vivíamos juntos no tenía que pagarme porque “éramos una familia”, y si yo necesitaba algo tenía que pedírselo.

Me acostumbré a sentirme menos que él, a sentirme mal por necesitar que me respetara y me tratara bien. Ademas, claro que me acostumbre a depender económicamente de él por trabajar en su compañía y permitir que no me diera un salario y en cambio él se hiciera cargo de mis gastos.

En una de esas veces que nos peleamos y me corrió de la casa, (porque lo hacía repetidamente y yo siempre volvía con él) me dijo que yo estaba loco y me hizo una cita con un psicólogo.

Así fue como llegué a terapia, misma que recibí por seis meses y me ayudó a darme cuenta que tenía que recobrar el control de mi vida. Con ayuda del terapeuta fui ideando un plan para salirme de esa relación destructiva y volver a quererme otra vez, a respetarme, a recuperar mi autoestima y a confiar en mí mismo de nuevo. 

Esta historia de desamor no es provocada por nadie más que por mí mismo; por no amarme lo suficiente antes y permitirle a un narcisista mitómano que controlara mi vida. Aprendí –a la mala– que no tengo que acostumbrarme al dolor, a que no debo estar con alguien que no me hace sentir especial, y a no conformarme con un “peor es nada”.

Una de las cosas que nadie te enseña en la vida es como se siente el ser codependente, tienes que vivirlo por ti mismo para entender cuándo y cómo no está bien querer a alguien; al menos no como aprendiste a hacerlo desde que tienes memoria.

Hoy soy independiente, recuperé mi autoestima, me amo, recuperé el control de mi vida y soy feliz. A veces solo, a veces acompañado, creciendo de manera profesional y también económica y sobre todo, buscando llenar mis propias expectativas antes que las de otros.

La violencia psicológica, económica y emocional existen y se filtran en tu vida como la humedad se mete a una casa; atención a las señales de alerta y recuerda que no estás solo, siempre hay alguien a quien puedes pedirle ayuda no importa el problema que tengas y lo ridículo que suene en tu cabeza.

Espero que este y cada 14 de febrero celebres el amor que sientes por ti mismo, la relación que haz construido contigo después de todos estos años y tomes lo mejor de cada experiencia para crecer y mejorar, sin culpas y sin arrepentimientos por las decisiones que has tomado.

Recuerda, sólo tú eres responsable de hacerte feliz.

 

Alejandro Castillo, 32

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