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Apapacho

Texto por Eduardo Vardheren

ilustración por Oscar Pinto.

No sé cuándo la gente dejó de escribir cartas, pero fue mucho antes de que tú y yo naciéramos. Mi bisabuela Concha me contó que ella tuvo un novio que le escribía cartas, muchas cartas, a pesar de que ya en esa época era inusual que alguien lo hiciera, más mano. ¿Te imaginas: tomar un lápiz o una pluma y unas hojas en blanco y que tu mano fuera trazando tus pensamientos en grafías que permanecerían adheridas al papel hasta que las polillas los devorasen? Yo sí, justo es lo que estoy haciendo. Pero deja te cuento más sobre mi abuela (todo tendrá sentido al final). Ella no supo la identidad de este misterioso novio secreto durante mucho tiempo. Menos cuando llegó la época de la pandemia.

Bueno, por si no recuerdas tus clases de Historia terrestre, también te ahorraré la búsqueda en greenternet: durante el año 2020 se propagó un virus que fue diezmando a la humanidad. Yep, mucha gente consideraba que sería el fin del mundo. Bueno, en parte sí lo fue: el fin de su mundo. Los 10 años de la pandemia fueron muy duros, las personas renunciaron a su normalidad, a sus vidas y sueños. Los países se cerraron –los países eran territorios imaginarios divididos en fronteras, líneas invisibles que todos aseguraban ver–, imagino que estás pensando lo mismo que yo, qué idea más absurda. No dejaban que nadie saliera o entrara a sus territorios. La gente se vio obligada a vivir en sus casas, bueno no todas las personas podían estar encerradas, hubo gente que no podía dejar de trabajar y vivía “al día”. En esa época las personas eran explotadas hasta morir para producir dinero, ganancias para otros en algo llamado capitalismo neoliberal o algo así… La gente no disfrutaba para nada de su tiempo. ¡Qué horror, pobre de mi bisabuela y su novio! Tuvieron que vivir todo eso. Así como mucha gente enfermó y otros empezaron a morir.

Hablando de morir, los partidos políticos de izquierdas, ahm… ¿Cómo te explico esto? Las personas se dividían –sí, más división y separación– y no sé por qué les encantaba hacer eso, mi tatarabuelo decía: la política es redonda como la Tierra, mientras más te hagas a la izquierda, tarde o temprano llegarás a la derecha. En fin. Te decía que se dividían para elegir unos jefes que debían gobernarlos, la idea era que fueran guidados, pero la gente amaba ser sometida (tampoco lo entiendo), cayeron ante la militarización y se instauraron las necroderechas: decidían quién estaba bien y quién no, decidían quién debía morir y cómo. Sí mi bisabuela vió mucha muerte. Lo único que la mantuvo firme fueron las cartas de su misterioso novio, eran los apapachos que ella necesitaba cuando las personas dejaron de abrazarse.

Ah, sí, la gente ya no pudo tener contacto físico entre en sí, en poco tiempo dejaron de saber que era sentir un abrazo; sin embargo los apapachos cobraron más importancia. A ver, un apapacho es un cariño que roza tu alma, bueno, eso decían que significaba. Realmente significa apretar algo muchas veces para hacerlo blando; no obstante, cuando abrazamos a alguien, ¿no ablandamos su corazón por medio de la ternura? No niegues esto, tu cultura tiene un concepto similar, creo que es bzip´lexus: “abrazar el alma”, pero dejemoslo en “apapacho”.

Continuo con la historia de mi bisabuela, aparte de perder los abrazos, muchos de los privilegios y derechos humanos se perdieron con ellos, especialmente porque hubo gente que no entendía que era algo real, que era un virus que los estaba matando. Claro, los gobiernos tomaron esto como ventaja para terminar de doblegar a la gente.

Mi bisabuela hizo algo que ayudó a forjar las bases de lo que somos ahora. Durante el quinto año, algunas personas empezaron a comprender que lo que realmente les había causado todo este daño habían sido ellas mismas, el no respetar a la naturaleza. Aquí de nuevo hay otra división: creían que la humanidad era algo por encima de la naturaleza, incluso que ésta se tenía que doblegar ante la razón humana… Ay, sí, esta parte me costó lograr escribirla. Por favor no me juzgues por algunos de mis ancestros. Así que mi bisabuela se unió a un colectivo donde empezaron a desarrollar biotecnlogía, fitotecnología y fungitencilogía, ella fue de las primeras en pensar realmente que deberíamos estar en equilibrio. Lamentablemente se convirtieron en personas clandestinas, y sus acciones estaban consideradas fuera de ley… bueno, eran algo así como rebeldes contra el sistema.

Ella desarrolló lo que hoy usamos como greenternet, aunque su sistema era más simple, ya que aún no había plantas por todos lados como ahora, las ciudades eran grises y sin plantas. Bueno, pero las plantas que ella desarrolló producían algo similar al wi-fi, así es como podían comunicarse en una verdadera red de apoyo, ya que sus sistema de información estaba fuera del radar del ejército y el gobierno. Enseñó a la gente a tener sus propios cultivos caseros, para que no tuvieran que depender de las despensas del gobierno y ayudaba a llevar comida a las personas más vulnerables que no podían salir por el riesgo que representaba contagiarse y seguramente morir. También ayudó a la creación de lámparas por medio de la bioluminiscencia de hongos y algunas algas, así las personas que no podían trabajar para ganar dinero y poder pagar la luz eléctrica no se mantuvieron a oscuras. No te quiero abrumar con tantos detalles sobre algo que ya sabes, mejor ya te cuento  más sobre mi bisabuela y su novio.

Este novio misterioso siempre terminaba sus cartas anotando la siguiente frase: “Espero que estas palabras te apapachen, hasta el día que yo pueda apapacharte en persona”. Mi bisabuela no entendía quién era este misterioso enamorado, claro que tampoco tenía tiempo para pensar en eso, ella debía seguir ayudando a la gente en lo que pudiera, pero no negaba que esas cartas le ayudaban en los momentos más difíciles. Ella entendía el amor como lo entendemos ahora: nadie es dueño de nadie; puedes amar a alguien y no ser correspondido, y está bien; nadie es complemento de nadie, puedes amar a más de una persona y demás cosas, por mucho que he consumido películas románticas de esa época, aún no comprendo cómo no podían amar de esta forma; no juzgo a la humanidad del pasado, espero tampoco lo hagas tú. Todo cambió cuando dejaron de llegar las cartas, después de dos meses, mi bisabuela no supo nada de su novio secreto, temió que algo malo le hubiera pasado; así que se puso a investigar quién era ese novio secreto.

Por medio de la red que creó, y usando un programa desarrollado por su hermano lingüista, se dedicó a buscar patrones en los textos con escritos en sus cartas. Al fin halló a la persona, era un tal Enrique, también era un defensor de derechos y llevaba tres meses desaparecido, lo último que supieron fue que se dirigió junto con su colectivo hacia un país llamado Estados Unidos, porque iba a detener la exterminación de una especie de insectos cruciales para el sostenimiento de la vida vegetal y animal (en esa época la actividad humana exterminaba a toda clase de animales y ni se enteraban, a veces me pregunto cómo es que llegamos hasta este año) y de paso llevar alimentos a una comunidad de gente que vivía debajo de las calles.

Mi bisabuela difundió esta noticia, no querían más desaparecidos ni muertos. En pocos minutos todo el mundo estaba al tanto de su desaparición y se movilizaron para buscarlos; algo que los gobiernos de los países nunca habían podido lograr, ya que como siempre, lo único para lo que estaban dispuestos era para callar.

Concha era atea (uhm… persona que no cree en fuerzas divinas), pero era muy espiritual. Durante dos días ella recordó lo que su abuela le había dicho: “Dios no nos oye por ser hombre, él sólo quiere gobernar y ser amado; pero la antigua madre Tierra, nos une, nos conecta, y a pesar de que tampoco hacer milagros, nos escucha, ella siempre se revela”. Así que imploró que él estuviera bien, al pedir esto, uno de los hongos bioluminiscentes de su escritorio se encendió en un tono de luz muy diferente, pero le transmitió un sentimiento de paz. Momentos más tarde recibió un mensaje de su equipo de búsqueda y rescate avisando que los habían encontrado y se estaban ayudándolos a cruzar la frontera de regreso.

Después de un par de semanas mi bisabuela Concha conoció en persona a Enrique. Al principio no lo reconoció, después recordó quién era. Era una amistad de la infancia, sus madres fueron de esas amigas que se vuelven hermanas, aunque la madre de Enrique lo llamaba por un nombre femenino, además obligarlo a usar vestidos –porque se supone que debía usarlos– y peinarlo con trenzas. Enrique siempre estuvo enamorado de Concha, pero temía al rechazo y por eso se limitaba a escribirle cartas. Ella, al tenerlo de frente le dijo: “Pues, yo estoy esperando que me apachaches”. Así fue como mi bisabuela conoció a mi bisabuelo.

Bueno, Aster, no deseo abrumarte con más palabras, esta carta la escribí para contarte algo de mi familia, algo más sobre mí y de dónde provengo, sé que para tu cultura es importante conocer las raíces (pero deja que te cuente de la otra bisabuela, eso será en la siguiente carta), también la escribí pensando que así tendrías algo de mí en tu viaje de regreso a tu planeta. Sé que no tardarás en regresar y te estaré esperando para darte un gran apapacho.

Te quiere, Ran

 


Este cuento de ciencia ficción forma parte de la convocatoria Después de la pandemia. Por cada cuento publicado de esta serie se hizo un donativo a Casa Hogar Paola Buenrostro, el primer refugio para mujeres trans en México donde hacen un trabajo de acompañamiento y reinserción. Si te agradó este cuento te invitamos a hacer una donación hoy en su sitio web, también puedes hacer un envío por PayPal .

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