Ayer volví a pensar en ti
Texto por Toto
Fotografía por Zoe McGuire
Comenzó como un recuerdo alegre, íbamos por la calle. Algo que pasó hace como 15 años o tal vez más. Te caíste y cómo nos reímos.
Después la nostalgia llegó.
A pesar de no ser ni un año que te fuiste, hace ocho te perdí.
Y me alegra saber que estarías orgullosa como nadie.
De haber visto al wey de quien me enamoré, seguro me hubieras dicho, “agárrate uno más alto y blanco”, y de haberte contado la historia completa… “si lo quieres quédatelo, todo lo que quieras es para ti, pero ten cuidado con aquello que deseas, Kevin.”
También me habrías arrancado ya los tatuajes con un pelapapas. Y dirías, como decías siempre “el más guapo de todos siempre ha sido el Kevin”.
Nunca me habrías dicho que estás orgullosa, jamás. Siempre buscabas algo más que exigir; para dar. Pero al final siempre me dabas esa mirada de admiración en secreto. Esa forma de ser dura con la gente y cuando nadie te veía llenarte de ternura y amor.
Lo que sí tengo seguro, es que me llamarías cada domingo para decirme toda la comida que me compraste para cuando fuera a verte.
Me preguntarías si ya fui a la Alameda central, si aún sigue tal edificio, o tal tienda, y platicaríamos de todos los veranos que mi abuelo te traía a la ciudad a vivir dos meses, a tus cursos de belleza, o simplemente para hacer algo más.
Me contarías repetidamente cuánto te molestaba que el sol no se viera por la altura de los edificios, pero dirías “qué edificios tan bonitos”.
De seguro hablaríamos de cómo llegaste a la vida, cómo creciste, y de cómo llegué yo.
Me regañarías por ir en tenis a la oficina, y me recordarías que los pantalones rotos no son para ir trabajar; que tengo un trabajo importante, y tengo que vestirme para tal.
Me dirías que compre plantas para mi casa, que pusiera una albahaca para la suerte, que comprara el melate, que fuera a misa, pero que no diera diezmo; que ahorrara para donar una cena en navidad y alguna otra cosa más.
Me invitarías a desayunar a la fonda que tanto te gustaba, donde nos sentábamos en una mesa a hablar, contarme de tus planes, y comer. Caminaríamos de regreso y compraríamos el periódico camino a casa. Me preguntarías por mis hermanos, me dirías que el mayor tiene hijos muy bonitos, que el de en medio, su esposa es muy morena, me dirías que buscará un muchacho alto como yo, güero y de ojos de color.
Me cuestionarías sobre cómo tendría hijos, y al final me dirías que si alguien tiene que ser el papá, que fuera yo, para que saquen mi estatura y mis ojos, pero que ojalá y no saquen mi nariz.
Me dirías que no guarde los títulos, que acomode un estudio y que los cuelgue todos en la pared.
Nos sentaremos en silencio, simplemente a estar.
Estaríamos.
Pero no estás.
Y aún así, tu recuerdo me acompaña y me hace fuerte cuando dudo. Y te escucho decirme que no pasa nada, que tengo que ser inteligente, que tengo que ser mejor.
Y te veo a mis espaldas mirándome con amor. Como nos veías cuando creías que nadie te veía.
Me pondrías la mano en la espalda, y cuando me alejara llorarías por no saber dar un abrazo. Pero nunca hizo falta.
Me quedó el recuerdo, me quedó tu mano sosteniendo las mías. Me quedó tu bendición. La última, y la de siempre.
Deja un comentario