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Divagaciones sobre la vejez

Texto por Jacob Ortega

Fotografías por Vítor D. Rosário

“Planeamos todo en la vida, pero nunca planeamos como  nos gustaría pasar nuestros últimos años”

Hace unos meses cumplí treinta años; soy homosexual, tengo un perro, tres gatos, estoy soltero, y no sé qué va a pasar conmigo cuando llegué a viejo (si llego). Hay algunas cosas que tengo claras: prefería no convertirme en un viejo anquilosado, enfermo y moribundo. Disiento de esta idea de los hijos cuidando de sus padres hasta sus últimos días, y aunque pensara distinto, siendo que he decidido no tener hijos, me toca tomar otras providencias.

Asumiendo que uno no es arrollado por algún conductor irresponsable, o que un cáncer fulminante no acaba con tu vida, ¿qué precauciones hace falta tomar  para la vejez? ¿Quién le puede ayudar a uno a hacer las cosas que antes hacía por sí mismo? ¿De qué se vive? Ya no pensemos en si se llega a viejo con o sin pareja, con una red solida de amigos y familiares; o si más bien uno alcanza esa edad, ya sin mucha compañía.

La cita del principio es un línea de una película que vi hace algún tiempo sobre un grupo de amigos, todos de la tercera edad, que deciden ir a vivir juntos en vez de continuar viviendo solos o internarse  voluntariamente en asilos. Habla de cómo se apropian de su vejez, y de una forma u otra deciden hacer algo en vez de sólo ser simples testigos de un proceso inevitable. Yo he visto a mis abuelos, y a los abuelos de mis amigos envejecer sin tomar ningún tipo de precaución sobre sí mismos o sus destinos, dando por sentado que sus hijos cuidarían de ellos. He visto su vida apagarse lentamente, y he visto cómo con esa decadencia, han consumido una parte importante de la vida de aquellos, que sin tampoco reflexionar mucho al respecto, han terminado cuidando de ellos.

“…a ti te corresponde cuidarme hasta el día de mi muerte”. Esa es la  consigna impuesta a Tita (la protagonista de Como agua para chocolate) por su madre, y esa parece ser aún la realidad para muchas  personas. Los que no corren con esa suerte terminan como mendigos en las calles, desamparados a su suerte, algunos previsores o afortunados se mudan a buenos asilos, otros en condiciones distintas no tienen otra opción que los asilos públicos.

La idea de envejecer al lado de mis amigos –de mi familia por elección– se me antoja  romántica y placentera. Todos viviendo en la misma casa, cuidado los unos de los otros, acompañándonos a las citas al doctor, al mercado a comprar las cosas para la comida, cocinando y haciendo los quehaceres de la casa juntos, sacando a pasear a los perros, y lo más importante, responsabilizándonos de nuestras vidas. Con hijos o sin ellos.

La calidad de vida es calidad de muerte. Me gusta pensar que llegado el momento, tendré la fuerza emocional, física y psíquica para poder decidir cuando ya no quiera continuar más. Por ahora, cuando lo pienso, aún me siento abrumado.

Sospecho que algunos de quienes me lean, atravesarán por una  circunstancia de vida similar. Ya sea que no deseen convertir a sus hijos es sus cuidadores, que hayan decidido no tener hijos, que hayan hecho vida en pareja, o que estén solteros. Es seguro que la vejez llegará  a sus vidas. ¿Cómo se la imaginan?

 Ya va siendo tiempo de construir nuevos paradigmas sobre la vejez, y sobre la muerte, de repensar la idea de familia y construir nuevas definiciones que se ajusten al espíritu de los tiempos, en vez de continuar forzándonos dentro de paradigmas que ya no alcanzan para describir la realidad actual. Es momento de hacer los ajustes necesarios a nuestro proyecto de  vida para poder  disfrutar en el  futuro con cada acción emprendida ahora.

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