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El discreto arte de stalkear: la incertidumbre (I)

Eso pasa cuando uno “stalkea” la gente del pasado lejano: uno termina haciéndose imágenes mentales de situaciones que nunca podrá comprobar como ciertas. 

Texto por Sergio Enciso Marín

Fotografía por Jorden Essen

Ayer, toda la tarde, estuve viendo a Esteban. Aparecía por instantes en los rostros de los estudiantes, en las personas de la calle, en las fotografías en los libros. Saltaba desde las esquinas y en los corredores, justamente como en esa época en la que –a pesar de la tristeza por el dolor que nos habíamos causado– estábamos mentalmente tan conectados. Su rostro no paraba de dar vueltas en mi cabeza, así que cuando regresé a casa reabrí las viejas cuentas de correo electrónico que no abría hacía años para averiguar si había alguna comunicación suya. No la había, así que por instinto y sin mucho pensar entré a buscarlo en Facebook.

Lo único que encontré fueron tres fotografías disponibles: en la primera Esteban aparecía posando de frente, mirando directo a la cámara sin sonreír, con su típica mirada inexpresiva (casi muerta), con los cachetes un poco escurridos y el semblante envejecido; en la segunda estaba detrás del tronco de un árbol en un sitio selvático con una camisa de cuadros azul y roja, con los brazos cruzados mirando a su derecha, tan guapo y masculino como no recuerdo haberlo visto nunca; la tercera contenía simplemente la imagen de un local comercial con el fondo del mar y un anuncio en inglés. Las personas que le comentaban le deseaban suerte en su “nuevo país”.

Esas tres fotografías me bastaron para hacerme a la imagen mental de que probablemente abandonó Costa Rica y ahora vive feliz en alguna parte de Europa. No hay más información y su perfil no permite leer nada más. Luego, casi automáticamente sentí una gran decepción. Esperaba verlo igual que antes, triste, deprimido, casi suicida, pero las fotos me arrojaron otra cosa, a alguien de quien yo no sabía nada. Eso pasa cuando uno “stalkea” la gente del pasado lejano: uno termina haciéndose imágenes mentales de situaciones que nunca podrá comprobar como ciertas. Fue así, también, como esas estampas fuera de contexto se convirtieron en espejos, en superficies borrosas reflectantes que me devolvían mi propia figura desdibujada: el rostro de una persona mezquina y triste que observaba las fotos de un desconocido solo para compararse con ellas y despreciar sus propias circunstancias actuales. Y con esa idea me tuve que ir a dormir.

Esta mañana amanecí aún pensando en eso, pero recordé que en realidad no tengo ninguna evidencia de su vida, que hace más de 7 años que no cruzamos palabra porque yo lo decidí así, que hace un tiempo, en un acto mágico, conversé con él en un diálogo en uno de mis manuscritos y lo perdoné, y que desde ese entonces siempre le he deseado que sea feliz. Cuando pienso en él, cuando regresa en los corredores, en los libros, en las calles y en los rostros de los demás entiendo que él también está pensando en mí y le envío luz, amor y libertad. Y sé que donde sea que él esté, está deseándome lo mismo.

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