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Mi novio-guijarro

Fotografía por Taylor

Un día antes de terminar el verano le vi. Me quedé absorto al verme reflejado en esos ojos avellanos, en esos ojos que dan pánico soñar. Son el principio del amor que en mi lengua no tiene nombre. De ese amor del que todos saben y nadie habla.

Sin título

No sabía gran cosa de mí y viceversa, apenas si sabíamos nuestro nombre. Fue cuando me dijo su apellido materno que comencé a tener mucho más interés en él. Él sabía que tenía un significado especial, pero lo desconocía. Se lo dije. Resultó ser una palabra de la lengua que hablo: guijarro. Cabe mencionar que es de ese tipo de piedras de río alargadas, lisas y delgadas. Muy diferente de aquellas redondas o disformes o de las que parecen un conglomerado de colores y texturas. No. Este tipo de guijarro es muy pulido; de una sola tonalidad, clara u obscura, sin grietas ni cuarteaduras. Como el avellano de sus ojos al despertar. Tan liso como su piel, igual de alargado como su rostro y con un brillo semejante al de su sonrisa. Como si fuesen lajas, muy agradables al tacto, como sus manos. Recuerdo cómo me miró mientras le explicaba todo esto.

En él se escucha muy bien, quizás mejor que si fuese traducida. Su apellido tuvo el encanto de lo desconocido, por lo menos para él, hasta ese momento. Tal vez nunca sabré por qué no hablé la lengua, quizás él mismo no lo sepa: hay cosas que no decidimos y nos influyen de todas formas. La vida es eso que transcurre mientras nos afecta lo que no podemos modificar y no podemos hacer algo al respecto. A veces, no se puede elegir. Pueden ser tantas cosas a la vez, que quizás es mejor no saber.

Fotografía por Fluvio M

Así, comenzamos a salir y después de unos meses de conocernos, él y yo decidimos ser novios. Mi novio-guijarro. Era casi al final del año. Cuando conoció a mis compañeros de habla me di cuenta de que, mientras se los presentaba en mi lengua, no existe una palabra para decir novio o novia o indicar una relación de ese tipo. Solo existen expresiones para referirise a los cónyuges, nada más. Me encontré con que nuestro amor no tiene nombre, pero existe. Que son los suyos unos ojos que da pánico soñar. Ante la imposibilidad de presentarlo como tal, tuve que hacerlo como se hace con un amigo cualquiera mientras él desconocía lo que pasaba entre los demás y yo, y en mi consciencia.

La palabra todavía quedó corta porque, para nosotros, amigo significa prácticamente lo mismo que hermano. Desde entonces ha sido el amigo, mi amigo, aunque todos sepamos que es mucho más que eso para mí.

Fotografía por Infinite Land

Y lo sé de sobra porque le han preguntado por mí como si lo hicieran por su cónyuge y me han sorprendido mirándole tiernamente durante las reuniones a las que le he invitado; porque no son bien vistos los arrumacos en público, aún entre esposos. Sin embargo, por el diálogo del avellano de sus ojos y el castaño de los míos, saben que nos amamos y no lo cuestionan tampoco. Lo consideran algo que por sabido se calla y, aunque no pudiesen comprenderlo cabalmente, lo aceptan sin condiciones. Somos los que no hemos sido nombrados; los presentes que, aunque ausentes, recuerdan que existen elementos del mundo que la lengua no abarca aún y estamos en espera de integrarnos con un nombre propio, lejos de las descripciones y los desconocimientos y aún de las ignorancias.

Quizás por el momento nuestro amor no tenga nombre y algún día lo tendrá. Mientras, sé ya que los suyos no son ojos que dan pánico soñar porque encuentro la correspondencia y comprensión en su mirada. También confirmo la empatía de mis compañeros de habla cada vez que me preguntan en nuestra lengua con toda familiaridad: “¿Hoy no vendrá tu amigo?”. En los ojos de ellos no encuentro el morbo por saber lo que soy, sino la alegría de saberme acompañado y la complicidad que nos identifica. Aunque ni ellos ni yo no sepamos cómo nombrarnos a nosotros mismos.

Sin título

Sobre José Carlos Monroy: tepiteño del tercer piso de la vecindad de las décadas, enamorado de las cosas extraordinarias.

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