TOP
Tercer lugar de la categoría de textos SEXFRIENDS

Un ratito para nosotros

Este relato gay fue el ganador del tercer lugar de la convocatoria de textos “SEXFRIENDS”. 

Texto por Emilio Calderón

Fotografía por Jordi Ciurana

Un éxtasis ya familiar para mi cuerpo me invade nuevamente. Óscar me guía a su casa desde lejos. Voy unos diez metros detrás de él, caminando desde la otra acera. Pronto llegará a la puerta, entrará y la dejará medio abierta para mí. Después de un rato, me acercaré discretamente y entraré con cuidado de evitar que las vecinas noten mi presencia. Son como buitres hambrientos y su comida es el chisme; en este caso, el de que el hijo de doña Sandra sigue metiendo muchachitos a su casa mientras su madre está en el trabajo; después ella se enterará y empezará otra discusión que ninguno de los dos desea tener.

Ya seguro de que pasaré desapercibido, atravieso la banqueta, entro y me dirijo a la sala cambiando los nervios de ser descubierto por las ansias de comenzar a gozar. Óscar está recostado en el sillón, mirándome con una sonrisa amistosamente maliciosa; me le acerco y me invita a recostarme junto a él. Me acaricia la nuca; después empieza a soplar sobre ella. Siento su aliento caliente abrazar mi piel como muestra de cariño. Sé que no durará mucho: en cualquier momento, la ternura se convertirá en una bestial excitación. Sus caricias se convertirán en apretones, mordidas, tensión que se libera y reposa en los lares del placer. 

Sus toques se volverán más intensos, menos tímidos y ya no nos recataremos hasta que nuestras pieles desnudas se peguen por el sudor que de nosotros emane y nuestros alientos se sincronicen y formen gemidos aún discretos por la necesidad de mantenernos a salvo de los oídos del vecindario. Cuando esté dentro de mí y yo quiera gritar, me pondrá la mano en la boca  para ahogar mis sonidos de gozo. Unos minutos después, meterá sus dedos en mi boca; yo los lameré, los morderé, los chuparé; haré todo hasta ver con qué tengo más éxito para complacerlo. 

Se moverá. Se moverá otra vez. Probará si se siente más cómodo sobre mí, conmigo encima o con mis piernas reposando sobre sus hombros. Es lo que más me gusta de él; no se casa con una posición; varía según se estado de ánimo. Entrará y saldrá en varias ocasiones; en todas me callaré; su rostro de satisfacción lo vale todo. Después terminará, en mi espalda o mi cara según su antojo; irá al baño a lavarse y volverá con papel para limpiarme. Apenas son las dos y media,  es temprano. Si tengo suerte, nos meteremos en las sábanas, me va a abrazar y dormiremos por un rato. Bueno, él dormirá. Yo sólo disfrutaré el momento; escucharé su respiración y comenzaré a sentirme ansioso por pensar que pronto tendré que irme. Está bien. A veces llegamos tarde, pasadas las cuatro de la tarde; cuando es así, sólo cogemos, nos vestimos y vuelvo a casa. Por la prisa y su miedo infundado de que su madre salga antes del trabajo, nada de dormir abrazados, nada de besos en la espalda, nada de despedidas prolongadas… Qué bueno que hoy no es de esos días. 

Ya entró a casa. Me quedo parado bajo la sombra de un árbol de la casa de enfrente. Dos de sus vecinas están fuera y lo saludaron; ya ni siquiera tiene que decirme qué hacer. Está implícito que he de ser discreto. Pasan diez minutos, quince; no se callan. Veinticinco, treinta. Siguen hablando. Bien podría intrigarme su cotilleo sobre una vecina a la que su marido engañó con su propia hermana, pero estoy más ocupado en la ansiedad de pensar que se hace tarde y que por culpa de sus chismes llevo media hora sin poder estar con él. A los tres cuartos de hora se despiden; una ya entró a su casa; la otra barre su entrada; espero que no tarde.

Una hora y diez minutos después, la señora finalmente entra y tengo oportunidad de ir con él. Voy corriendo, consciente de que pueden pasar dos semanas, un mes, tal vez dos, para recuperar esa hora perdida. 

Entro entonces a toda prisa: apenas cierro la puerta de su casa y me quito la playera. 

relatos eroticos experiencias sobre sexo gay
Foto e iluminación: Jordi Ciurana

− Órale, hoy sí estás caliente – me dice él con las cejas alzadas y una sonrisa de sorpresa.

− Cállate y bésame – contesto mientras me aviento al sillón para besarlo, lamer sus  clavículas, sus brazos, sus axilas, a todo él, sin perder un segundo.

No estoy caliente. Claro que me gusta; es, de hecho, la persona más hermosa que conozco, me encanta todo de él, me excita muchísimo; pero si me apuro es porque estoy feliz; me gusta estar con él. Quiero apresurar el preludio del sexo para prolongar el epílogo de nuestro encuentro. No quiero que se haga tarde y luego quiera que me vaya rápido, sin abrazarme. 

Da igual por qué lo hice, por qué voy tan de prisa hoy, él me corresponde. Él sí está caliente. Se levanta del sillón y me abraza. Trae pants y sudadera; es su atuendo para los días de ocio. Se quita la sudadera y me deja verlo con una playera negra sin mangas que bien sabe cómo contrasta con su piel. Se quita el pants mientras hago lo mismo. Trae una trusa pequeñita con figuras de superhéroes; esto resultaría embarazoso en cualquier otro hombre. En él, me excita mucho más. Vamos subiendo las escaleras y me pone contra la pared. Me besa con una pasión inquietante, subimos. Llegamos a la planta alta y ni siquiera espera a que entremos a su habitación para cargarme. Mis brazos están sobre sus hombros, lo abrazo y siento su miembro rozar salvajemente la tela de mis bóxers. Podría eyacular de inmediato. Como puedo, me aguanto. Quiero aguantar tanto como pueda; quiero que este momento dure para siempre. Entramos y me avienta contra la cama. Se avienta después sobre mí. No tarda nada, está excitadísimo y no lo piensa dos veces: lubrica dos de sus dedos con la saliva de sus labios; entra enseguida sin falsos modales. Gimo; gimo otra vez; una vez más, más fuerte. No le importa. No me calla. Se mueve. El sudor escurre de su frente a su nariz para después caer en mi rostro. Es el paraíso. Me mira mientras yo lo miro a él. Se sigue moviendo. Quiero llorar del placer. Se agita por un rato más sin cambiar de posición siquiera una vez. Se viene; siento su espíritu entrar en mí. Termina, me mira, me besa y se recuesta en mi pecho. Se detiene a escuchar lo acelerado de mi corazón; cierra los ojos. Está más cariñoso que de costumbre; eso me alarma, no puede ser una señal de algo bueno

Empiezo a ponerme ansioso. Acaricio su cabeza, abre los ojos y me mira con unos ojos que rayan entre la ternura y la lástima. Le sostengo la mirada; creo que quiere decirme algo y no se atreve; yo tampoco me atrevo a pedirle que me lo diga. Supongo que sólo nos miraremos fijamente hasta que aluno se anime a dar otro paso. 

Es un impaciente. No nos hemos mirado ni dos minutos enteros y él lanza un suspiro largo. Me está rogando que le pregunte. 

− ¿Qué pasa?

− ¿Tiene que estar pasando algo?

− ¿No pasa nada?

Se queda callado, me evade la mirada. Está pensando. De pronto se incorpora, se queda sentado a la orilla de la cama, mirando al suelo como si ahí yaciera el infinito.

− Sólo dilo, Óscar. Tenemos esa confianza, ¿no?… ¿Qué tienes?, ¿está todo bien?

−Sí, estoy bien… muy bien, de hecho…

−Pero… −respondo con una ansiedad que ya sólo puede hacerse más grande. 

−¿Te acuerdas de Marco?

− ¿Qué Marco? −Contesto con simulada ignorancia.

Claro que me acuerdo de Marco, pero me avergüenza que note cuánta atención le pongo. Es un tipo de su escuela. Desde hace mucho me dijo que le gustaba, pero Óscar nunca ha sido de buscar y cortejar a las personas. Prefiere esperar que ellos lo hagan.

−Sánchez, el de mi escuela… El que te conté…

−Ah, sí… ¿Qué con él?

Se queda callado. Me mira y con los ojos me pide que yo descifre el acertijo. No quiero descifrarlo. Realmente no quiero enterarme. Ahora yo empiezo a evadirlo. 

−Estoy saliendo con él.

−Oh… −mi corazón se quiebra y él no lo escucha− ¡Felicidades! Por fin se te hizo…

−¡Sí! La verdad, estoy muy contento… y creo que vamos en serio. 

−¡Qué padre! Realmente me alegro por ti.

No miento. Me da gusto por él… Es una persona maravillosa, se lo merece… No, miento. No me alegra; me arde. ¿Por qué no puedo ser yo? Lo amo desde la preparatoria. Él lo sabe. Sabe cuánto lo admiro, cuánto me gusta, cuánto daría por él… cuánto he dado: Acepté incluso convertirme en su sexfriend; acepté la dinámica de ir a su casa sólo para coger cada que él quisiera si con eso podía estar con él. Acepté hacerme el tonto y fingir que no me dolía que se cogiera a otros porque tenía implícito que no había compromiso entre nosotros y que él no me pertenecía; pero él no es pendejo. Él siempre ha sabido que eso me duele y me lo callo. Todo este tiempo me la he pasado como su mejor amigo, dándole consejos en sus relaciones, aplaudiendo sus nuevas conquistas y escuchando sobre sus ligues. Hoy viene otra vez a decirme esto,  y que es formal; que va en serio. No me asusta porque sé que el gusto siempre es efímero, pero cada vez es más difícil asumir que no soy yo esa persona con la que se anima a intentarlo.

Relatos eroticos
Foto e iluminación: Jordi Ciurana

−Gracias, Dani −me contesta con una sonrisa aparentemente amigable que más refleja alivio − sabía que te alegrarías por mí…

Nos quedamos callados por otro rato. Ya no quiero estar ahí, no lo merezco. Quiero que se haga tarde rápido y comience a temer que su madre llegue. Quiero que me corra de su casa sin beso de despedida. Estoy demasiado incómodo. El cabrón está tan satisfecho y tan tranquilo de que ‘no lo tomé a mal’ que ni siquiera se levantó al baño para traerme papel. 

−¿Está todo bien, Daniel? −Me pregunta. 

No, no lo está, Óscar. Es evidente. Me quedo callado, sin saber qué decirle, o cómo decírselo. Ni siquiera lo volteo a ver.

−Dani, te hablo; ¿estás bien?

−¿Eso significa que ya no vamos a coger?

Soy un pendejo. Ni siquiera tuve el valor para decirle lo que de todos modos ya sabe. Me fui por la tangente.

−¿Es eso lo que te preocupa?

Sabe que no. Sabe que soy demasiado orgulloso para admitir que me duele. Sabe que lo que quiero es que me diga que ahora decide intentar algo conmigo; que me tome en serio una vez… No le digo nada. Sé que si intento emitir cualquier sonido, mi voz saldrá quebrada. Quiero llorar. Ya se está dando cuenta. Una lágrima quiere brotar de mí. No lo voy a permitir.

−Tranquilo, Dani. Sabes que siempre voy a guardar un ratito para nosotros. 

¡Estúpido! ¿Cree que eso me reconforta? Se me acerca, me abraza. Por primera vez lo quiero lejos. No tengo las fuerzas para apartarme. Lo abrazo también. Me besa. Me acaricia la espalda. Le sonrío. Me pongo de pie, voy al baño y me limpio. Comienza a vestirse, yo también. Salgo y me da otro abrazo y otro beso. No puedo hacer nada. Yo acepté las reglas del juego. Nos despedimos como si nada. Le susurro al oído que espero verlo pronto. Salgo a la calle ya sin ganas de llorar; sin ganas de nada en absoluto. 

Así es esto: uno da y otro recibe. Pero a veces, el que recibe es el que da. Da su corazón, su dolor, todo de sí; y el que da se lleva el alma del que recibe mientras da. Pero me siento agradecido. También me dio todo el placer del mundo. No con su sexo, sí con su compañía; me dio el placer de saber que me deseaba y por eso siempre me gustó coger con él. Sólo por eso lo seguiré haciendo aunque no sea formal. Pero no puedo negar que me dan ganas de llorar sólo de pensar qué fácil se pierde en la ilusión de otras personas. Odio a Marco y no me ha hecho nada, ni siquiera me conoce. Las lágrimas se amontonan en mis ojos cuando me imagino que un día soy yo al que escoge… Algún día, tal vez.

Hoy me buscó, finalmente. Han pasado cuatro meses. No me había escrito desde entonces; jamás me preguntó cómo estaba. El contacto más cercano que tuvimos fue cuando le dio like a mi nueva foto de perfil… Sí, me emocioné como idiota. Pero hoy volvió. Aparentemente, Marco salió de fin de semana con su familia y su madre visitará a la abuela, así que decidió mandarme un seco “¿Quieres venir a mi casa?”. Lastimeramente, me siento elogiado. Bien podría haber aprovechado las circunstancias para sacar algo de Grindr o quedar de verse con alguien mucho mejor, pero me escogió a mí.

Ni veinte minutos después, estoy llegando a su calle. Esta vez ni salió a guiarme. Ya me espera adentro. No hay moros en la costa; puedo entrar sin tener que esperar. Ahí está él, con su atuendo de fin de semana sin bañarse. Me besa poco, inmediatamente después se saca el paquete;  está muy caliente… ¿Será que Marco casi no lo complace? Tal vez me extrañaba…

Directo, sin la paciencia para subir a su cuarto, pone su mano sobre mi cabeza y me guía hacia abajo. Mis labios juguetean por ahí y en todo su cuerpo por un rato; después me lleva arriba y tenemos el mejor sexo en mucho tiempo. Nos recostamos y me abraza. 

No se duerme, me acaricia y me hace la plática:” ¿Cómo te ha ido?”, “¿Qué has hecho?”. Me cuenta cómo le ha ido con Marco y yo le hablo de algunos tipos con los que he estado saliendo. No es cierto; no he salido con nadie. Llevaba cuatro meses esperando este día como el perrito que esperaba en la estación del tren a su difunto dueño. No se lo digo porque no quiero verme con un perdedor; además, estoy bien así. Platicamos y reímos. No hablamos de que está traicionando a su novio ni tememos que su madre se entere. Nada nos importa. Nada me importa a mí. Ese es mi ratito con él y quiero disfrutarlo. No sé cuándo volverá a pasar. Cuándo volverá a llamarme; pero sí sé que cuando lo haga, volveré a él de inmediato.

Participa en nuestra convocatoria de relatos Cuerpos virtuales.

Deja un comentario

Pin It on Pinterest