Una vuelta de tuerca
Casi pude sentir sus manos en mi pierna derecha. Por más que había corrido no podía quitármelo del camino. Hasta que caí en esta alcantarilla. Bien me lo advirtió mi madre pero nunca le presté la más mínima atención. De nada sirve lamentarse ahora. Apesto a sudor y a la suciedad que se me ha pegado mientras corro por esta cloaca inmunda, pero ¿a qué otro lugar podía huir? Al menos sé que aquí el agua, que ya me llega a las rodillas, en algún momento lo detendrá a él, o a mí.
Entró en mi vida el día del intercambio de Navidad. Klaudia, mi amiga, había llegado de Japón con las últimas novedades tecnológicas. Le había encargado algo, alguna baratija que sirviera de suvenir, pero jamás creí lo que traería. RICC, Robot Increíblemente Capacitado para Complacer, como eran sus siglas en español, era lo último de moda en aquel país donde las personas solteras como yo abundan. Entre las múltiples gracias del robot, estaba el contar con un perfecto rostro clonado de la estrella de moda, y hacía la limpieza perfecta (lavaba trastes de manera soberbia según el empaque), siempre y cuando se mantuviera seco y no le entrara demasiada agua en la zona de la cintura. Esencialmente, la gran virtud de RICC eran los masajes gloriosos, y que en las artes amatorias estaba programado para satisfacer a plenitud total sin que se le indicara nada; él detectaba cómo hacerlo con solo mi jadeo. Una auténtica persona automatizada a mi entera disposición. Entre incredulidad y burlas, Klaudia lo programó a mis condiciones personales. Fui la envidia de ese año.
Fotografía por Kostis Fokas
Los primeros días me reservé su uso. Unas semanas después, cuando llevaba varios días acumulando trastes en el fregadero, por fin me decidí a desempacarlo. Al sacarlo de su caja, sin querer moví una tuerca junto al botón del sexo, por lo que decidí no tocarlo más allí. Mientras tanto, la casa estaba limpia y reluciente, sin un solo traste sucio. RICC comenzaba a hacerme feliz.
Las necesidades carnales muy pronto hacen mella en cualquiera, y evidentemente no soy la excepción. Un día contacté con una persona a través de una de las aplicaciones y nos citamos para dar rienda suelta a la pasión. No estaba tan mal pero tampoco era bueno: besaba con tan poco ritmo que no resistí y emprendí la huida. Llevaba dentro de mí todo un vertiginoso fuego sexual que casi incendia mi entrepierna. Al llegar a casa, RICC estaba allí, de pie; sonriendo y con una botella de aceite relajante, regalo que venía incluido. Era bello, atractivo, seductor. Pero tenía problemas en la tuerca. Labios suaves, boca coqueta. ¿Y si se amolaba? Pero después de todo era alguien sin molestias ni malos olores: atento a mis deseos. Solo nos separaba un botón. Lo presioné.
Fotografía por Kostis Fokas
Los siguientes meses, dicha y delicia se vivieron en mi hogar. RICC era totalmente perfecto y yo solo debía presionar un botón. La tuerca, como me había dicho Klaudia, solo requería un ajuste a través de un pequeño giro, por lo que ya no me preocupaba tanto. Solo la familia era quien se encontraba consternada pues llevaba varias semanas en las que no tenía más contacto humano que el estrictamente necesario, pues RICC lo era todo. Mamá en una de sus escasas visitas me advirtió: “De tanto sacudir el chile, se le salen las semillas”. No escuché. Idiota.
Hoy por la mañana, una atractiva tentación llegó por casualidad a la oficina. Me invitó un café y accedí casi de inmediato, justo como al ritmo manifiesto de nuestro deseo sexual. Acordamos ir a mi casa y no habíamos ni cerrado la puerta cuando las manos se encontraron hurgando nuestros cuerpos. Se detuvo en cuanto vio a RICC. Había escuchado de su existencia, pero jamás había visto algo similar en vivo y a todo color, por lo que quiso unirlo a nuestra empresa carnal. En realidad no me acuerdo si accedí, solo supe que cuando el deseo nos había hecho presas, RICC ya estaba dentro de nuestro juego.
Fotografía por Kostis Fokas
La primera ronda fue espléndida, por lo que la segunda fue casi obligatoria. Ya no podía con una tercera, pero acepté. Nos empezábamos a dormir cuando noté que algo iba mal con RICC. Sacaba chispas y sus ojos estaban enrojecidos. Pronto comenzó a jalonearme, después a seguirme por toda la casa. Corrí y salí de allí tan rápido como pude, huyendo de la endemoniada máquina. Así terminé en esta mugrienta y húmeda alcantarilla.
¡La tuerca! Por fin pude recordarlo, ahora ya sé lo que haré. Me detuve y comencé a jadear más y más fuerte cuando lo oí acercarse. Lo confronté para dejar que hiciera de mi cuerpo su juguete. El agua ha entrado en su sistema central. Voy a apagarlo. Doy el giro de tuerca faltante. Me estremezco de placer. Una descarga de electricidad recorre mi cuerpo de arriba abajo. No puedo despegarme de él. Mi cuerpo se agita, vibra. La descarga eléctrica estalla en mí. Nos quemamos juntos.
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