TOP
Relatos eróticos gay

Foreplay (I)

Texto por Mikey Waters

Fotografía por João Negrume

Eran buenos tiempos… el aire estaba cargado de una energía mística que ponía cada cosa en su lugar. El futuro prometía tanto como esos amores de la adolescencia. Estaba feliz. 

Fue cuando te llamé. Por poco y no contestas. Me había olvidado de que nuestro último encuentro había sido hace tantos años y estaba nervioso de que la respuesta fuera negativa. Supongo que fue la nostalgia de cuando nos conocimos lo que nos reunió. 

Mis intenciones fueron profesionales, pero las tuyas personales. Ese último viaje que hiciste a Francia no había salido bien. Pensando en todo lo que sucedió entre nosotros aquella ocasión, es hasta ahora que comprendo que lo que necesitabas era a alguien que te recordara lo maravilloso que eres para poder seguir adelante. Debes saber que nunca he pretendido nada más que ser tu amigo, a pesar de que me resultes muy atractivo.  El que te rieras de mis chistes malos ayudó demasiado en el proceso. Para mí siempre ha significado mucho. 

Y quedamos: iba a visitarte y nos reencontraríamos después de muchos años. Viajar desde mi ciudad a la tuya fue esperanzador, como un escape, un respiro de aire fresco, porque sabía que pronto, en algún momento, estaría en compañía de alguien muy similar a mí. 

Cuando llegué a tu casa no quise verte luego luego al rostro. Eran como las seis de la tarde, en otoño, lo que significaba que las luces anaranjadas entrarían una vez más por tu ventana de cristales opacos, para iluminar las paredes azules de tu habitación. Tú sabes cuánto amo esos contrastes, pero no más que tu mirada intensa al encontrarse con mis ojos. — ¿Tienes hambre?, ¿quieres comer algo?— me preguntaste sin alejar la mirada y me recorriste entero apasionadamente como comprobando que fuera real. ¿Por qué los momentos más increíbles tienen que suceder contigo? 

Y todo pasó como de costumbre: reír, platicar, flirtear, cantar, y aunque mis intenciones siempre fueron buenas, me dejé llevar por las tuyas que eran aún mejores que las mías. En el restaurante, me pediste describir explícitamente, con detalle — y a mi propio estilo— la forma, textura, tamaño y grosor de mi miembro. Parecía que nadie más podía escucharnos, parecía que la ciudad entera se disponía para nosotros solos. Los sonidos y las personas, aunque presentes, se desvanecían cuando nos exploramos los cuerpos sin tocarnos. 

Pero no fue hasta ya bien entrada la noche que mi corazón bailaba samba dentro de mi pecho. No dejabas de mover tus nalguitas al ritmo de tus miradas seductoras y tu risa perfecta, tu cabello y barbas desaliñadas, el progreso de tu trabajo gráfico, los nuevos tracks musicales que descubrimos juntos, y las discusiones sobre ex novios. Todo era como antes de que cumpliéramos treinta. Sin embargo, hasta ese punto todavía seguía pensando en ti como en un gran amigo. 

Después, desde la otra habitación donde dormía, no dejaba de pensar en ti. Estaba agradecido por la oportunidad de reencontrarte y poder retomar desde donde nos quedamos. 

Al día siguiente, te levantaste despeinado con una playera clara y unos short blancos que te marcaban una majestuosa erección. Y cómo si no fuera gran cosa, pero algo muy íntimo, me despertaste sin meterte entre mis sábanas y te pusiste a dibujar. Traté de guardar ese momento lo más posible antes de tomarte una foto. Probaste el regalo que te traje y estabas emocionado de poder empezar a crear con él tus fabulosas ilustraciones. ¡Aún guardo con mucho cariño la que me regalaste aquel día! 

Y salimos. Tomé café y tú no. Te comiste dos panes dulces y yo no. Compartimos un agua de limón de a litro en el centro. En una calle vacía no dejabas de mirarme entre las piernas mientras te mordías los labios. Yo te observaba cada ángulo que se te formaba con ese pantalón gris, tu favorito, sin que te dieras cuenta… comenzaba a pensar que quizá debíamos ser algo más que amigos. 

Nos encontramos con Luna y le ayudamos con sus compras. Regresamos los tres a tu departamento cansados y le diste a entender a ella que era hora de que se fuera. Cuando nos dejó solos, te acostaste en la cama que me asignaste para dormir. 

— Comí mucho… ¡uf! — exclamaste mientras desabotonabas tu pantalón. — Apapáchame… — dijiste con tu voz tierna y yo, nervioso y temblorino, esperaba no espantarte con mi creciente erección. Te la pegué y no dijiste nada, continuaste silbando una rola de Björk que habías puesto de fondo con tus ojos cerrados y una sonrisa escondida detrás de tu barba. 

— ¿Te molesta?… — pregunté sonrojado. — ¿El qué?… — Mi pene. Está muy sensible. — Umm… no. 

Y más silencio mientras cambiabas tu posición para sentirlo mejor. Enredamos nuestras piernas, una pierna sobre tu cadera y mi erección contra tu muslo. Pero de ahí no pasó. 

— Me gusta ponerme así y sentir la punta amenazadora entre mis nalgas… — me dijiste mientras cambiabas de posición, intentando sentirme en cualquier forma posible. Yo solo reía nervioso y temblando aún más por la excitación. 

Me llevaste a tu cuarto para ver mi erección en todo su esplendor dibujarse sobre mis pants y estuvimos toda la tarde jugando con los filtros del teléfono haciendo videos graciosos y enviándolos a nuestros amigos en común. Nos bañamos, yo primero y después tú. Te pasé una toalla con los ojos cerrados porque no quería romper el encanto que habías creado con tu fenomenal estilo de seducción al convertirlo todo en mero morbo. 

Esperé contento en tu cama a que salieras de la ducha. Regresaste y en lugar de pedirme que te apapachara, nos acomodamos involuntariamente. Solo que esta vez no iba a conformarme con solo rozarte: tenía que contarte con caricias lo mucho que te deseaba. 

Me aseguré de poner mi respiración en un tono suave y neutro cerca de tu oído. Mientras que con una mano te acariciaba el cabello, la otra te sujetaba firmemente a través del pecho. Tú jugabas con mis vellos del brazo, con tus ojos cerrados y en silencio. No había música que nos distrajera a excepción de nuestras propia respiración entrecortada. 

Oscurecía. Metí mi mano bajo tu camisa; peludito y cálido. Tus pezones insensibles te hicieron reír mientras me decías que no sentías nada ahí, aunque tu respiración te contradijera. Yo solo negaba o afirmaba con gemidos en tu oído. Bajé a tu ombligo esperando que sintieras la destreza de mis dedos mientras jugaba con él. — ¡No me saques la pelusa del ombligo! —. Reímos mucho. Pero no se había acabado aún. 

Y tú lo sabías muy bien, porque comenzaste a tararear “It’s not over yet” de Grace & Claxons, pero yo sabía que te referías al cover de Alison Goldfrapp que me habías puesto esa misma tarde en YouTube. 

Mis manos pasaban de tu cintura a tus muslos, aún con ropa. Acaricié tu pancita y desabotoné tu pantalón. Metí mis manos entre tus ropas y te acaricié los muslos. Me sentía cerca de eyacular cada vez que ponía mi pene contra tu cuerpo al mismo tiempo que presionaba tus caderas hacia mí con las manos. Pasé mis manos a tus gloriosas nalgas y, con mi verga contra 

ellas, abría y cerraba tus piernas. Te acaricié completito, por debajo de tu ropa, entre cada suspiro que dejabas escapar. 

Me volteé sobre mi espalda para tomar un respiro, pero tú te levantaste de la cama. Te vestiste. Fuiste por mí, me aventaste contra la pared y me dijiste — Ahora es mi turno…— 

Bajaste mis pantalones para explorar cada espacio de mi cuerpo excepto mi bulto, y te alejaste. Puse tu frente junto a la mía tomándote firmemente por la nuca, sonriendo, casi besándonos y mirándonos intensamente. Con la mano que me quedaba libre puse la tuya dentro de mis calzoncillos, sobre mi vello público, donde podías sentir, justo en la base dura de mi pene, donde comienzan mis testículos. — Ooohhhh… — 

Nunca imaginé que no hicieran falta las palabras para comunicarnos, y comprendí el nivel de intimidad que podíamos llegar a tener tú y yo. Estaba seguro de que no habría ningún problema en perder la cabeza por ti. 

Ese miércoles no hicimos nada más, solo nos sentamos en tu habitación a ver películas hasta bien entrada la noche. Al siguiente día, de regreso a casa, repartí los regalos que le enviaste a mi familia prometiéndome a mí mismo volver a verte pronto, sin miedo a darte lo mejor de mí. 

Deja un comentario

Pin It on Pinterest